Igual que otras tormentas, ciclones o huracanes, el paso cerca de la costa sur dominicana del huracán Melissa ha desnudado el elevado nivel de pobreza y exclusión que padecen amplios segmentos de la población azotados por inundaciones, deslizamientos y aislamiento.
Por muchos años barrios populares y comunidades rurales claman por el saneamiento de cañadas, colocación de muros de gaviones para evitar derrumbes o por el traslado de sus viviendas ubicadas en áreas cercanas a ríos y arroyos o en laderas de montañas, hacia asentamientos seguros y dignos.
Melissa provocó casi una semana de copiosas lluvias principalmente sobre el Gran Santo Domingo y la región sur, con inundaciones y deslaves que dejaron aisladas a 48 comunidades y obligó al desplazamiento de 3,760 personas y sin servicio de agua potable a un millón, 396,528 usuarios.
El presidente Luis Abinader realizó un recorrido de inspección por zonas afectadas y por las principales presas, que con excepción de las de Sabaneta, Tavera y Valdesia, sus embalses no requieren ser vertidos a causa de las intensas precipitaciones.
Se repiten dantescas escenas de familias cuyas viviendas resultan severamente dañadas, que pierden sus ajuares y que por enésima vez claman por asistencia del Gobierno, que ahora emplea drones para distribuir alimentos en zonas incomunicadas por crecidas de ríos o por derrumbes.
Sin dejar de resaltar el empeño del presidente Abinader para que su gobierno ayude a mitigar el drama de centenares de familias damnificadas por el huracán, esta repetida calamidad requiere que las autoridades reenfoquen su accionar ante la pobreza que se anida en el tuétano de la población.
No basta con almacenar raciones alimenticias, colchones, frazadas, madera y zinc para afrontar daños de otro ciclón, porque también se requiere ejecutar un amplio programa de construcción y reparación de viviendas populares, de adecuación de cauces y cañadas, de arreglos de calles interiores y caminos vecinales.
El Gobierno está compelido a combatir la pobreza y la marginalidad de día y de noche, sin esperar la llegada de otro ciclón, en la ingente tarea de transformar entornos inhabitables de miseria en comunidades dignas, para lo cual se requiere una justa redistribución del ingreso público que garantice igualdad y justicia, en vez de colchonetas y raciones alimenticias.

