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Ciencia y humanidad

Ciencia y humanidad

Eduardo Álvarez

Ha sido exorbitante el desarrollo que hoy nos ofrecen las telecomunicaciones. Resultado de un dilatado proceso milenario que ha debido recorrer etapas en las que el conocimiento científico y la manifestación artística han competido y convivido en armonía.

Es irrefutable, en efecto, el nivel tecnológico logrado en el mundo cibernético debido a las hazañas que le han precedido en el campo de la ciencia y el arte. Con el riesgo que proyectan los recientes experimentos de la inteligencia artificial cuyas opciones son algo confusas, por no decir inexplicables (¿alguien me puede explicar la lógica y beneficios de los llamados meta versos que ahora se propalan como panaceas?).

“El éxito en la inteligencia artificial es lo peor que le podría ocurrir a la humanidad”, advierte Stephen Hawking, genio científico a carta cabal. Einstein tenía razón: “Cada día sabemos más y entendemos menos”. Debemos apegarnos, sin embargo, a la propuesta hipocrática que ve a la ciencia como padre del conocimiento, con la vigilancia y el cuidado necesario, por supuesto. La propensión a las opiniones sin sustentos representa su mayor fuente de distorsión e ignorancia.

El trayecto que nos ha traído a este punto incluye las diferentes vertientes de la ciencia y el arte, a saber, por un lado medicina, historia, política, economía, leyes, en fin. Y por el otro, la pintura, la música, el canto, el baile, la arquitectura, la literatura, el teatro, entre otras manifestaciones.

Si el arte es la actividad en la que el ser humano recrea la realidad con una finalidad estética, un aspecto de la realidad en forma bella, la ciencia parte de las necesidades y posibilidades del ser humano en su entorno, recogidas y sintetizadas en conocimientos que vienen con las costumbres.

Tocado este aspecto, sale a relucir la cultura como escudo protector para reguardarnos de las amenazas que representan los avances tecnológicos desenfrenados -¡cuidado con los drones!-, en los que los sentimientos y el sentido de humanidad parecen no tener espacio. De ahí la necesidad de empeñarnos en fortalecer estos valores como instrumentos de identidad y defensa de lo que somos y nos queda como seres humanos.