Una gran incertidumbre rodeó por mucho tiempo el lugar donde reposaban los restos del almirante de origen sefardí Cristóbal Colón. Tras su muerte en 1506, el cadáver del descubridor de América ha sido objeto de innumerables interpretaciones, llegándose por un momento a afirmar que los huesos del insigne navegante reposaban en Santo Domingo.
Nombrado como representante del Vaticano en Santo Domingo el 13 de julio del año 1874, el sacerdote Rocco Cocchia ordenó al padre Billini restaurar la Catedral en el año 1877, instante en que apareció una caja de plomo, la cual el biógrafo de la orden capuchina y que es epónimo de una calle en el sector de San Juan Bosco, creyó haberse encontrado el cadáver de Colón.
Fue Cocchia quien inició la conjetura de que Colón estaba enterrado aquí. Sin embargo, tanto más hipótesis partiendo del errado supuesto de que los residuos aparecidos en la Catedral eran los del marinero, cuanto más el tiempo fue evanesciéndose dicha suposición, hasta prácticamente ser rechazada. Asimismo, el desarrollo de la genética, ciencia que estudia los ADN, se encargó de desmentir.
Rocco Cocchia gritó a los cuatro vientos de que en Santo Domingo se habían hallado los vestigios del que en su época se le confirieron los títulos de virrey y gobernador de las Indias Occidentales. El cura italiano promovió y defendió tanto en América como en Europa que el hallazgo de la Zona Colonial era ineluctablemente el del explorador.
Muy animado, el prelado católico solicitó al papa Pío IX la canonización de Cristóbal Colón; también escribió dos libros sobre el tema, y cuando en 1877 el ayuntamiento de Santo Domingo propuso construir un monumento en honor a Colón (el faro), Rocco Cocchia lo apoyó sin reservas.