Concita unidad y solidaridad. Término tan amplio como cercano. Define la unidad de propósitos, por tanto, tiene que ver con las cosas que más nos identifican, estableciendo la semejanza que nos hermana.
Cercanía, conjunto, colectividad, convivencia parroquial, afectos en fin, son conceptos -más bien, sentimientos- que nos identifican. De ahí que propendan a un estado de satisfacción que nos entusiasma y fortalece, reafirmando nuestro rol proactivo en la sociedad.
Esto explica la efectividad de la vida parroquiana que conseguimos apenas cuando tenemos respuestas a nuestras necesidades y aspiraciones básicas en un solo lugar. Las plazas comerciales constituyen un experimento a mostrar en este aspecto. Con sus distorsiones, desde luego.
Lo cual no es más que el aprovechamiento de valores y beneficios de la cernanía. Esto es, de la vecindad, de esa urbanidad concéntrica a que aspiramos, con lo que procuramos a mano. Escuelas, lugares de trabajo, hospitales, campos deportivos, clubes sociales, puestos de expendio, ¡todo!, al doblar de la esquina o a una o dos cuadras de casa.
Nunca fuimos más felices -listos, dispuestos y en capacidad-, en ánimo de dar lo mejor de nosotros, que cuando éramos parte de esta patria pequeña que era nuestro pueblo, nuestro barrio o solo nuestra calle con una vecindad tan parecida a lo que somos y a lo que queremos.
Recrear esta cercanía -unidad de objetivos-, no es una utopía. Es una posibilidad que las megaciudades provocan como solución al caos en que devienen por el difícil manejo del tránsito y la abigarrada disposición de los sectores que se les agregan por la creciente e improvisada demanda poblacional.
Segregarse en pequeñas comunidades y/o vecindarios autosuficientes en sus respectivas demandas puede ser la respuesta -que lo es-, al problema que ofrece el gigantismo urbano, cada vez más frecuente y extenso en estos tiempos.