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Creación literaria in vitro

Creación literaria in vitro

Las creaciones artísticas son de caminos transitables e intransitables, tanto espirituales como materiales. Artista que no busca “conscientemente”, no encuentra “inconscientemente” y viceversa.

La necesidad que lleva al hombre, raya en la oscuridad que se va tornando más clara no bien se termina, ¿realmente se termina el proceso de asociación de energía creativa, expresado en signos que da origen a un artefacto artístico? Llega el lector, ¿cualquier lector? Sí, cualquier lector, que no es el mismo si está “entrenado” “espiritualmente y materialmente” en los temas en que se desenvuelven esas propuestas de signos vivientes, dotados de vidas, porque va dirigido a algo ¿vivo espiritualmente? La creación artística, entendiéndola como el resultado de algo que envuelve procesos de creación-aceptación, acompañado del misterio in vitro.

En el caso de los traductores, ¿pasa lo mismo? Pues, en esencia, en arte, todo es traducción e interpretación, nada más no es de una lengua a otra, también de una experiencia personal a otra, cotidiana, vivida o no por el receptor. Podría ser que un buen traductor, además de manejar la lengua en que se expresa, el primer llamado es que se está ante un texto que afecta lo interno y al emprender traducirlo busca lo mismo resultados que el original. Si el autor del texto traducido es “tocado” y “conoce” lo que está haciendo, consciente o inconscientemente, ¿al lector también le sucede lo mismo? ¿Le sucedió lo anterior al colombiano Jorge Zalamea, uno de los primeros traductores del poeta Saint–John Perse, o quizás el primero a la lengua de Cervantes? En sus apuntes se preguntaba las razones por la que se traduce un texto.

Traducir con calidad literaria a un buen poeta es como si el traductor fuera su autor, pero toda lectura es una forma de traducir sanciones ajenas a las propias. ¿Pero cualquier poesía puede ser traducida? Los traductores tienen la última palabra.

Traducir podría ser “conectarse in vintro” tanto a la sensibilidad ajena como a la propia y trazar los signos que llevaron a su creador primario y al traductor retomarlo en un lenguaje totalmente diferente, (creencias, vivencias, historicidad de los sentidos donde interviene lo imaginario). Pienso que eso es lo que se traduce. En prosa, ¿sucede lo mismo?

Quizás le sucedió a T. S. Eliot al traducir en 1930, Anábasis, de Perse, el proceso creativo de Tierra Baldía (1922).
Traducir, cualquier texto de calidad literaria está delimitado por el mismo traductor, no bien le cruza por la cabeza emprender la traducción, con todo y que el traductor se piensa como un traidor. De ahí, además del “dominio de la lengua” que se va a traducir, se necesita el dominio de la que se va a traducir, de ese toque, para encontrar en la traducida esas “sombras” del original y transmutarlas a la traducida.

En Francia, Mallarme y Baudelaire, tradujeron a E. A. Poe y a la vez lograron ser influenciados, según los conocidos de esas lenguas, Poe ganó para la lengua francesa lo que no “tenía en la suya.”Según algunos críticos y creadores (T. S. Eliot y Harold Bloom) consideraban a Poe lectura para adolescentes.

En la española, que fue traducido al final del siglo XIX, por el venezolano Pérez Bonalde, era para lectores “raros”, usando el término de Rubén Darío en sus célebres artículos publicados para lectores argentinos que terminó editándose en libro con el título “Los raros”. Estos autores, al recogerse en el libro ante citado, fueron señalados, tanto por sus vidas como sus obras, como malditos.

Por: Amable Mejía
amablemejía1@hotmail.com
El autor es escritor.

El Nacional

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