Es una verdad incuestionable la triste situación que ha golpeado a Latinoamérica por decenios, por la que los altos niveles de desigualdad generan agudas oleadas migratorias, movimientos humanos que persiguen con sus arriesgados y peligrosos desplazamientos, «hacer realidad» sueños truncados.

Las desacertadas y empobrecedoras políticas económicas y sociales, lanzan al ostracismo a millones de personas, las cuales al verse sin incentivos para permanecer en sus respectivos países, toman la temeraria decisión de marcharse ilegalmente, dejando atrás el «me voy si puedo regresar, regreso si me puedo ir», consigna que en los años setenta y ochenta resumía sus proyectos de vidas. El entorno migratorio actual obliga a nuestros países a asumir nuevas políticas hacia los flujos humanos que se desplazan a través de la geografía continental.

En ebullición constante, los segmentos migratorios están sujetos a múltiples variaciones transformadoras, haciéndose cada vez más complicado su seguimiento. Un ejemplo de esto lo confirman las volubles estadísticas de la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras de Estados Unidos (CBP), reflejantes de nuevos escenarios.

La cumbre convocada por el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador se presenta como una clarinada a esa problemática. AMLO, como le llaman popularmente al gobernante azteca, ha reunido en su país a los mandatarios Nicolás Maduro, de Venezuela; Xiomara Castro, de Honduras; Gustavo Petro, de Colombia; Manuel Díaz Canel, de Cuba; Ariel Henry, primer ministro haitiano, etc., cónclave presidencial en donde se discutirá la actual crisis migratoria latinoamericana.

Al referirse al encuentro de los primeros magistrados de sus respectivos pueblos, AMLO aseguró que ha sido: «…por una vecindad fraterna y con bienestar. Es una convocatoria a sumar esfuerzos, voluntades y recursos para atender las causas del fenómeno migratorio. Se trata de un asunto humanitario en el que tenemos que trabajar unidos…»