Aunque el panorama cambie con el paso del tiempo, por ahora es un mal presagio que las cumbres Iberoamericana, celebrada en Ecuador, y la del G-20, en Brasil, se hayan cerrado sin mayores compromisos frente a desafíos como el cambio climático, las desigualdades sociales y la pobreza.
Si la Iberoamericana, a la que no asistió ningún mandatario, con excepción del anfitrión, no fue un fracaso, es lo que más se la parece.
No hubo acuerdo sobre una declaración que incluyera el apoyo a los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU y las políticas públicas en materia de equidad de género. Argentina, cuyo presidente Javier Milei se ve como un embajador de Donald Trump, fue la nota discordante. Y volvió a ser en la del G-20, al no comprometerse con firmeza en la lucha a favor del medio ambiente.
La declaración final fue considerada más retórica que concreta, toda vez que los firmantes dicen esperar un resultado positivo en la COP29.
Los países en desarrollo exigen que la nueva meta financiación sea de 1.3 billones de dólares anuales, que se emplearían en descarbonizar sus economías, adaptar sus territorios para resistir los impactos del cambio climático y asumir las pérdidas y daños tras desastres naturales.
Con un Trump que en una pasada gestión se negó a cumplir los acuerdos sobre el clima, las perspectivas son sombrías. Y más aún cuando tampoco cree en los problemas ambientales. La señal que mandan el G-20 y la Cumbre Iberoamericana son preocupantes.