Por César Mella
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Se fue la pantera…
Los hermanos Zayas, Rafael y Enrique, vecinos de mi familia en Placer Bonito, San Pedro de Macorís, nos tildaron con ese mote a Ramón Mella (mi pade) y a mí, al parecer por nuestra compartida afición por el boxeo y el béisbol.
Nació en 1923 y falleció recientemente después de una caída que devino en fractura muy bien tratada por el Dr. Periche y que paradójicamente a sus 96 años, tiró la toalla.
Teníamos por costumbre almorzar juntos todos los domingos, siempre rotando los restaurantes de los cuales guardo con mucho celo unas 60 tarjetitas de presentación para mostrar con sano orgullo a sus amigos.
Hijo de Fabio Mella, gallero y talabartero, y de Águeda Mejía, compartiendo con su hermana Blanca una modesta familia que vivió por años en el Retiro en la Sultana del Este.
Practicó boxeo y pelota en su juventud.
Trabajó toda su vida en la antigua Corporación Dominicana de Electricidad (CDE) donde en casi 40 años escaló, en base a su trabajo, la posición de supervisor general de toda la zona este.
Una de las cosas que extraño son nuestras conversaciones sobre nuestro pasado en la Novia del Higuamo.
Levantarnos por ejemplo en la madrugada a colectar cangrejos en los lluviosos meses de mayo para engordarlos, en una cangrejera, que siempre fue parte del patio de la casa.
La pesca compartida con mis entrañables amigos Tango, el hijo de Argelia; Arístides su primo especialista en la captura de róbalos en las vecindades del Ingenio Cristóbal Colón (el Guano).
Recordamos el maroteo y las jornadas de cacería con tirapiedras en los montes de los Mallén y de los Milan.
Asistíamos al coliseo de boxeo que hoy lleva el nombre de don Lico Mallén. No me era extraño pues yo acudía de tarde acompañando al Diablo Pérez, un púgil que me apodaba “El Yodito”.
¿Por qué? En una velada sensacional le ganó a Kid Pica Pica y yo subí a la edad de 9 años al ring y al cargarme tiñó mi camisa con solución de yodo y de ahí el mote.
Conocí a todo el personal de la Planta como le decían a la CDE pues cada vez que podía los acompañaba en las tareas que hacían en cada pueblo del este.
Recuerdo que le asignaron una camioneta nueva y un chofer, el famoso Mon Prandy, hombre manso con una inconfundible corona de oro en su dentadura.
Fuimos de los primeros en tener telerreceptor, bicicleta, teléfono de tres dígitos.
Ganaba bien pero era un botarete dado a los tragos y generoso con el bolsillo, gracias a la férrea administración de doña Grecia, mi madre , llegamos a tener una economía doméstica equilibrada.
En sus años de retiro los pasó en la zona universitaria en su apartamento.
La partida de mi madre fue un rudo golpe para él y jamás se repuso.
Rompió a fuerza de voluntad con el alcohol hace más de 25 años.
Sus cómplices afectivos fueron muriendo: don José, Tito y Roberto con el cual tomaba café todas las tardes.
Ventura y Rafael fueron sus últimos contertulios.
Él era mi asistente, me hacía los mandados, me organizaba los recortes de periódicos, se mantenía en contacto con Marisela (mi esposa) y con Mary (su hija).
¡Paz a sus restos, hombre noble!