William J. ASTWOOD
williamastwood@gmail.com
He observado que el comportamiento de los ciudadanos de nuestro país, en los últimos años, se va tornando más conservador ante las situaciones que van sucediendo.
Que vive con una indiferencia y sin deseos de hacer nada, dado que no le importa lo que pase, pues todo le da igual.
Este comportamiento colectivo puede tornarse común, cuando aun dándose todos los pasos adecuados y pertinentes para salir de una situación, la realidad te dice que no valió la pena hacer lo que hiciste. Ante esta situación, decimos que la sociedad presenta una desesperanza o indefensión aprendida.
La desesperanza o indefensión aprendida es un estado psicológico en el que una persona, tras experimentar repetidos estímulos negativos incontrolables, aprende a comportarse pasivamente y a sentir que no puede hacer nada para cambiar su situación, incluso cuando hay oportunidades reales para hacerlo.
Es como cuando usted, ante los apagones frecuentes, compra un inversor, paga su factura eléctrica y, aun así, no tiene luz. Quiere comprar un panel solar y le dicen que no se puede comprar.
Usted ha dado todos los pasos para tener luz, pero se da cuenta que el tenerla, no depende de usted, y que usted no tiene el control de la situación, porque por más que haga, no encuentra la solución a su problema.
Esta se manifiesta en la población cuando las personas no intentan controlar las situaciones o buscar soluciones, adoptando una actitud de resignación. No realizan ningún esfuerzo para cambiar las circunstancias adversas, incluso habiendo formas de hacerlo.
Prevalece la creencia de que no son capaces de influir en los resultados, a pesar de la existencia de recursos personales, y por último experimentan desmotivación y la sensación de que ningún esfuerzo tendrá éxito.
Las poblaciones como la nuestra, que generalmente están sometidas a un autoritarismo y a negligencias, hacen que los ciudadanos interioricen la creencia de que sus acciones no tienen consecuencias útiles ante la exposición a múltiples eventos incontrolables, como la corrupción sin castigo, el alto costo de la vida, el favoritismo político y los insoportables apagones.
Todo esto va haciendo que los grupos sociales que han sufrido por mucho tiempo injusticias o falta de oportunidades puedan aprender a sentir que su estatus les es inherente y que no hay forma de cambiarlo. Es el caso de los pobres cuando son mantenidos con tarjetas solidarias.
Algunos estudios universitarios han revelado que cuando a una población se le castiga de manera continua sin importar lo que haga, desarrolla indefensión aprendida, nuestra clase media, que es la más afectada ha dejado de responder y de intentar generar cambios.
Las consecuencias de la indefensión a nivel poblacional incluyen la disminución de la motivación y la actividad colectiva, la parálisis y la resignación ante los problemas sociales, la pérdida de identidad, la autonomía de grupo, y la difusión de un estado de desesperanza generalizada que obstaculiza el cambio y el desarrollo social.
Esto puede llevar a una mayor vulnerabilidad ante la manipulación y el abuso por parte de élites o estructuras de poder, así como a un deterioro en el tejido social y la capacidad de las comunidades para resolver sus propios desafíos.
Para los políticos es conveniente mantener a la población en esta situación, pues se sabe que no vendrán contratiempos ni revueltas posteriores de manera inmediata.
Pero a largo plazo, la frustración que genera la indefensión puede provocar respuestas agresivas en la población, la que de forma impulsiva puede responder irracionalmente a las calamidades a las que se ha visto enfrentada.
El descontrol que puede formarse en la clase media, a consecuencia de la no satisfacción de expectativas esperadas por parte del poder, puede generar enfrentamientos y acciones violentas por parte de la población, que no está de acuerdo con las disposiciones que han sido empleadas por los dirigentes, ocasionando esto desequilibrio gubernamental. La resignación a la que se someten dura su tiempo, pero no es eterna.
El autor es Dr. en Psicoterapia Cognitiva y Psicología Social.
Las consecuencias de la indefensión a nivel poblacional incluyen la disminución de la motivación y la actividad colectiva, la parálisis y la resignación ante los problemas sociales
La indefensión también provoca la pérdida de identidad, la autonomía de grupo, y la difusión de un estado de desesperanza generalizada que obstaculiza el cambio y el desarrollo social.

