El trayecto hacia la conformación de la dominicanidad ha tenido muchos fragmentos en su discurrir histórico. Uno de esos acontecimientos que contribuyó al deslinde de la nacionalidad lo representaron las nefastas Devastaciones de Osorio, llevadas a cabo durante los años 1605 y 1606 en esta isla.
Como consecuencia del evidente y ampuloso comercio ilegal que mantenían las comunidades criollas que habitaban en la costa norte-occidental de la isla con barcos ajenos a España, negocio del que no se beneficiaba la corona, el rey Felipe III se declaró en sesión permanente para buscarle una «salida» al conflicto que generaba grandes preocupaciones en su reinado.
Luego de escuchar diferentes sugerencias de sus consejeros y ponderar la propuesta del arzobispo de Santo Domingo, Agustín Dávila y Padilla, el cual propuso crear una zona de libre comercio en la isla, el monarca ibérico optó por la más funesta de las soluciones: desalojar por la fuerza a toda la población residente en esas zonas marítimas, las cuales venían negociando con los «indeseables visitantes» desde mediados del siglo XVI.
El gobernador de la isla era el militar Antonio Osorio Villegas, quien recibió la orden del emperador español para proceder a la mayor brevedad a sacar del litoral a los sectores entregados al intercambio comercial con los extranjeros.
A mediados de febrero del año 1605, Osorio prometió a los lugareños perdonarles las violaciones a las leyes de la corona que criminalizaban el contrabando si se decidían a salir «por la buena» de la franja en conflicto. La gente se oponía. Al final, la mayoría se marchó, y los que osaron permanecer allí fueron hasta incinerados vivos.