Descubre mi brazo derecho al volver, la cabeza, sobre el paradero del torso ignorante. Y del brazo izquierdo este ignorante a su vez y, la nuca del cerebro: remolino circundante.
Desorganizo mi decisión de salir y me voy quedando conmigo, en este apartamento que de tanto acompañarme, está menos cuadrado. Página por página invoco a los sobrevivientes, trato de escribir, mi apatía se defiende, descubro que es tarde, me visto, me doy ánimos, reviso los rituales y salgo a tientas.
De momento, el espacio se acerca. El verde de jardines que no miras te agarra el iris, las pestañas, te penetran inflándote la piel, con una euforia rosa las buganvilias, huele sin doler el aire, y todo el azul desciende, y todo el rosa de las buganvilias, el violeta de la muerte aparente de la tarde, toda la vida invisible se revela y, descubre de vuelta que es diciembre.
A mi derecha, entreabiertos e inclinados, pasan pantaloncitos cortos en grupetes, bocinas, vendedores, carros, llueve y hay sol y las flores, rejuvenecidas por el agua, dejan entrever su luz propia. Ahora, pasan una falda a cuadros roja y, otra falda, conversando y, otra vez, la bocina de bicicletas, o vendedores ambulantes.
Hay una mata de mango sobre el muro de alambre, aguacates, melones, naranjas y la brisa también pasando. A tono con mi piel, descubro que es diciembre.
Por ese espacio abierto se proyectan, diáfanas y firmes, vigas de penumbra. Toda en reconstrucción la ciudad que construimos, parece querer decirme algo. De mis pies surgen largas sombras, que se desenrollan a mi paso, como alfombras para visitantes o novias de último minuto. Rieles o escaleras me anteceden, sombras sujetándome al camino.
Rebelde salto, pero -desgracia de un pais soleado- saltan siempre con mis pies las sombras y, las alfombras, rieles, escaleras, paralelas a mis pies se multiplican barrotes, para encuadrar mi ida.
Por este diciembre abierto a destiempo, las vigas diáfanas y firmes, se desplazan al piso…telaraña.
Llueve, sal/picandome los pies. La tarde me orilla hacia la Avenida Independencia, anuncia con bocinas que no son…las siete. A centelladas, el edificio de enfrente me avisa. El rojo se vuelve a suicidar y el azul…acostumbrado, espera morado a que pase esta hora mágica.
Las plantas extienden su verde a los balcones, cómplices, los canapés sonríen color vino. Mi necesidad de regresar a mi espacio se acurruca, lo indefible toma forma y el destino (porque en eso también se cree) te permite ojear sus dimensiones misteriosas, imprevistas, antimateriales y una se siente -esta vez- consciente de su propio parto. Se siente planta, hierba, piedra, mosca, grillo, araña, se siente raramente feliz, y se da cuenta de que es diciembre.