Una nación orgullosa y agradecida festeja hoy el 198 aniversario del natalicio de Francisco del Rosario Sánchez, miembro de la trilogía de fundadores de la República, quien izó por primera vez en la Puerta de la Misericordia, el 27 de febrero de 1844, la bandera tricolor que anunció al mundo la dominicanidad.
Por su lealtad y arrojo, Sánchez se hizo merecedor de la confianza de Juan Pablo Duarte, y se erigió como uno de los principales líderes de la sociedad secreta La Trinitaria, el instrumento político que motorizó la Independencia.
Redactor del Manifiesto de Separación, dirigió desde la clandestinidad el movimiento independentista en los cruciales días antes de la proclamación de la República, en mérito a lo cual fue designado comandante militar de Santo Domingo, con rango de coronel.
A los 27 años, el prócer Sánchez fue designado presidente de la primera Junta Central Gubernativa, a pesar de que los trinitarios tenían menor influencia que el sector conservador y que otros republicanos tenían mayor ascendencia social.
Autodidacta, político, militar, servidor público, en su corazón nunca se extinguió la llama de la redención, razón por la cual se opuso al funesto propósito de Pedro Santana de anexar la joven República a los designios de la corona española.
Seis meses después de proclamada la República, el 22 de agosto de 1844, Duarte, Sánchez y Mella son declarados por el presidente Santana traidores a la patria y expulsados de por vida, por lo que los fundadores de la nacionalidad sufren de nuevo los rigores del exilio. En el caso de Duarte, por 20 años.
Después de un largo periplo en el exilio, Sánchez organiza desde Curazao una expedición revolucionaria que ingresaría por Haití, con el propósito de combatir para restaurar la República conculcada. Fue entonces cuando, al arengar ante sus compañeros combatientes, proclamó: “Yo soy la bandera nacional”.
Los días de Francisco del Rosario Sánchez terminaron ante un pelotón de fusilamiento en San Juan de la Maguana, sin que las descargas de fusilería lograsen extinguir su inconmensurable amor y fervor por la patria. Figura inmortal en el parnaso de los próceres nacionales, la nación rinde hoy reverencia a uno de sus fundadores, ejemplo de devoción, valor y lealtad.