Un día como hoy, 27 de febrero de 1844, alumbró la República Dominicana, hace exactamente 175 años. Nuestra independencia fue forjada por muchos hombres, pero los principales fueron Duarte, Sánchez y Mella. Duarte la concibió. Mella la alumbró.
Sánchez la defendió sacrificando su vida en la comunidad de Juan Santiago. Allí desde 1985, se levanta un sencillo monumento en honor del mártir Francisco del Rosario Sánchez.
Mientras el 4 de julio, Mella, en viaje por el Cibao, proclamaba a Duarte como Presidente de la República, distinción que éste, como demócrata, no aceptó por no haber reunido la selección de los principios básicos de la democracia. Sin embargo, Mella nunca se imaginó que esta proclamación le iba a costar tan caro.
En efecto, como bien expresa el historiador Bernardo Pichardo, “la Junta Central se abrogó facultades de alto e inapelable tribunal, y sin siquiera escuchar a los supuestos culpables y queriendo ser magnífico, ¡qué irrisión!, declaró traidores a la Patria, a Duarte, Sánchez, Mella, Pina, Pérez, y otros, y los condenó a destierro perpetuo”.
No hubo juicio. Es la primera condenación perpetua que se pronuncia en la República, y la primera pena de muerte si retornare a la tierra libertada con el esfuerzo común de todos los condenados bajo su liderazgo. Si regresare, cualquier autoridad civil o militar podía proceder a su fusilamiento sin necesidad de juicio.
La capacidad de acción de Duarte quedó totalmente reducida a la impotencia.
Desterrado vive en la selva venezolana, salvo que cuando estallan los cañones restauradores, llega a Guayubín en marzo de 1854 a ponerse a disposición de los héroes de Capotillo para luchar por la reivindicación de nuestra soberanía perdida tras la Anexión, protagonizada por Pedro Santana, y proclamada el 18 de marzo de 1861.
La historia relata el encuentro de Guayubín.
El mejor reconocimiento pudiera ser un lienzo o un gran mural entre Duarte y los restauradores. Intentado recrear la escena veo abrazos y alegrías, veneración y amor, en el fondo Montecristi, con su Morro, saludando majestuosamente a los pueblos soberanos que van naciendo a sus pies con los grandes hombres antillanos y americanos. Por allí están Duarte y los Restauradores.
La realidad fue otra. Los celos afloraron ante el maduro y permanente forjador de nuestra Independencia que retorna a Venezuela donde permaneció hasta su muerte el 15 de julio de 1876. ¡Qué grande fueron estos hombres entre tantas pequeñeces y odios en la recién nacida República! ¡Qué ejemplos más vivos para todos los dominicanos!