Opinión Articulistas

Eddy Garrido

Eddy Garrido

Chiqui Vicioso

Mi columna sale hoy jueves por que quiero invitarles a las siete de la noche, al Archivo General de la Nación, donde pondremos a circular los “Cuentos de Camino” de Eddy Garrido Tejada, cuya presentación estará a cargo del poeta César Zapata, reciente ganador del premio de novela de la UCE.

Eddy llega desde Miami, donde ejerce de pastor de una hermosa comunidad de latinoamericanos, con su esposa Sari, uno de los seres más hermosos que conozco.

Eddy y yo, nos encontramos en NY, cuando ambos conformábamos el Comité por la Defensa de los Derechos Humanos de la República Dominicana, que coordinaba la inmensa Dinorah Cordero. Allí militaban Edgard Paiewonsky, Juan Daniel Balcácer, Rafael Núñez, Mayra Silverio, Alexis Gómez Rosa, y Eric Vicioso, entre muchos otros y otras, todos bajo la bandera de John Lennon y su canción Imagina:
“Imagina que no existe el paraíso/es fácil si lo intentas/ningún infierno bajo nosotros/por encima de nosotros solo el cielo/Imagina toda la gente/ viviendo el hoy/ Imagina que no hay países/ no es difícil/ nada por que matar o morir/imagina toda la gente/viviendo la vida en paz. Espero que un día te unas a nosotros/ y el mundo será como uno”.

Y, esto lo creíamos fervorosamente, mientras la guerra en Viet Nam estaba en su peor momento, y Pete Seeger nos cantaba en su ¡Gira, Gira!:

“Hay un tiempo para cada propósito bajo el cielo/un tiempo para nacer/ un tiempo para morir/ un tiempo para plantar/ un tiempo para cosechar/ un tiempo para matar/ un tiempo para sanar/ un tiempo para reir/ un tiempo para llorar/ Frente a todo gira, gira/ gira/ hay una temporada para cada propósito bajo el cielo/ un tiempo para construir/ un tiempo para romper/ un tiempo para arrojar piedras/ un tiempo para el amor y un tiempo para el odio/ un tiempo para cada propósito bajo el cielo/ un tiempo para ganar/ un tiempo para perder/un tiempo para la paz /Te juro que no es demasiado tarde”.

Era 1971, y no existía Ucrania, ni Gaza, ni morían los delfines por millares por el calentamiento del agua, ni ardía un millón de árboles en la Amazonia por el calentamiento global.

Era 1971, y marchábamos por las calles de Manhattan, hoy “gentrificado” con la expulsión de nuestra gente a los confines del Bronx, y Eddy nos aportaba banderitas con el rostro de Duarte como escudo, que repartíamos. Los domingos era el tiempo de la familia y nos íbamos a Queens, donde mi madre, especialista en prepararnos los platos más exquisitos, y postres más exóticos.

Éramos profundamente felices, a pesar de Saigón, pero no lo sabíamos, porque estábamos inoculados contra la maldad del mundo.