Editorial

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Ley del Purgatorio –

El proyecto de Ley de Partidos lleva muchos años de penar por un espeso limbo legislativo, purgando una condena de indiferencia y marginalidad infligida de manera abierta o soterrada por propias instituciones partidarias.

Los partidos han pretendido que esa ley garante de la democracia y de la igualdad de derechos para el ejercicio individual o colectivo de la actividad política, se construya a imagen y semejanza de cada cual, según su ascendencia o influencia en los resortes de poder.
El ministro administrativo de la Presidencia, José Ramón Peralta, posiblemente con anuencia del Gobierno, ha pedido que ese estatuto se apruebe antes de las elecciones fijadas para el 15 de mayo de 2016, lo que representa otra oportunidad para que el consenso gane al disenso.

La mentada sociedad civil ofrece su respaldo a esa propuesta y pide participar en las discusiones sobre “un gran acuerdo nacional”, que permita que esa ley sea votada antes de los comicios, aunque desde el Senado se adelanta que en caso de aprobarse entraría en vigencia después de ese certamen.

Es evidente que Gobierno, Congreso, partidos y propio liderazgo político se esfuerzan por hacer creer que de verdad poseen sobrada voluntad para que esa dilatada iniciativa se convierta en ley, pero cada vez que debate sobre el tema se erige en diálogo de sordos.

La sociedad dominicana aspira y merece una ley de partidos que inhabilite por siempre una oligarquía partidaria que ha secuestrado la democracia que depara que sus miembros puedan escoger libremente a sus dirigentes y candidatos.

También se requiere que ese estatuto garantice igualdad y transparencia en las relaciones entre partidos y Estado, de forma que no prevalezca en ningún sentido formas de privilegios o discriminación, menos aún el uso de recursos públicos en provecho de determinadas parcelas o personas física.

La propuesta del ministro Peralta para que se apruebe la Ley de Partidos y Agrupaciones Políticas merece el respaldo de toda la sociedad, aunque desde ahora se advierte que no deberían levantarse carpas circenses ni ofertarse maquillajes de demagogia.

El Nacional

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