Al género de largo aliento, la novela, el escritor Amable Mejía se ha decantado por abordarlo en breves páginas, en un mundo de narradores incipientes y veteranos que creen que a mayor volumen se está más cercano a la genialidad o a “las buenas formas del libro” (A esas que Juan Carlos Onetti abofeteó, a conciencia libérrima, con sus nouvelles). Tal acontece en la novela El camino de las hortensias.
Antecedentes de que para orientarse hacia la brevedad ha usado ya una certera brújula: “Muerte en noche de palomas (2020) y El blanco mar (2021). Ochenta o 90 páginas, con harta frecuencia, le bastan para abordar una historia y rematarla, dando con un corpus narrativo que se caracteriza más por lo que esconde y sugiere que por aquello que clarifica y devela.
Bonao, pueblo conectado a una etapa de la vida del autor, escogió como escenario a su nueva novela. El pueblo pequeño de Bonao, que patea lo chico por el tamaño del drama cincelado.
También te podría interesar: Vicente Heca la libertad de la técnica
Recorre la novela
El camino de las hortensias, el ambiente de miseria o en pos de lo miserable de la época narrada, y el sueño de los personajes de cómo salir de ésta.
El sueño de ciertos habitantes de conseguir la tierrita (que esté al lado de la gente, no de los animales) mueve al personaje Tocón, le construye el leitmotiv de sus acciones, aparejado del deseo de Petán de alimentar el harén con ayuda de una Madame. He ahí el camino tomado: no el de Swan, sino el de la lascivia.
Tocón es personaje que lleva ofrenda al altar del sacrificio de Petán, y no solo ofrece a niñas y jóvenes del pueblo de Bonao, sino que osa entregar a aquella que participa de sus genes: a su hija Novicia, evento éste sintetiza el descenso, una degradación donde el cuerpo femenino es quien paga la cuota: Novicia, Merceditas.
El atrevimiento de Amable Mejía, luego de realizar investigaciones del hecho real: vírgenes entregadas al hermano del Jefe, se singulariza, pues anteriormente la canción popular fue que arropó y enriqueció el hecho. El jarro pichao. Metáfora entendida y popularizada encumbrada el estribillo por la masa.
Que haya sido elegido este tema, y que pase por el tamiz novelístico, contribuye a que se profundice, sobre todo cuando el autor construye el personaje que iza lo bandera de lo sinuoso, que sabemos que algo que secretea, y que el lector a saber no alcanza, constituyendo este claroscuro una riqueza del texto.
Si algo está bien logrado en esta obra es que la atmósfera que rodean a los personajes, una atmósfera que destila pesadumbre, y la más grave, pues nunca es nombrada.
Una escena delata, arroja una pertinente luz para entenderlo: Desde el balcón (representante del poder y de las alturas) el personaje “Petán” arroja una moneda a un famoso cantautor de la época que ha abrazado la locura y que deambula en su entorno: Eduardo Brito.
Novicia, la hija de Tocón, coge fuerza en la novela en la medida que recuerda su desgracia, en la medida que su memoria rescata el hecho. Recuerda al personaje Eurania de Mario Vargas Llosa en La fiesta del chivo.
La diferencia es fundamental entre ellas: Eurania pertenece a una clase social más encumbrada, Novicia es una hija más de un hombre de pueblo, a quien por pertenecer a cierto estrato social es machacada.
La muerte de Trujillo (que ha dado para novelas) es citada aquí de forma muy efímera. Una línea basta para contextualizar en medio de qué circunstancias o filos se producen los hechos.
De la misma forma efectiva que aparece el río Yuna, con telón de fondo, como metáfora de las oscuridades que fluyen en las existencias de una demarcación, donde su gracia radica en erigir el falo y pichar jarros.
Tocón, Madame Georgette y Petán constituyen en la novela de Mejía un oscuro trípode. Los dos primeros se constituyen en la novela en quienes le allanan el camino al libidinoso provincial de la época de la dictadura.
Bajo esta singular mesa se cocina lo que terminará por sacudir unas vidas femeninas que recién comienzan a dar pasos en la existencia. De las manos de Georgette y Tocón son conducidas al tálamo donde Petán oficia sus más apabullantes deseos.
Novicia en la novela funciona como símbolo de la flor deshojada, pero también como símbolo cuando el rencor se ha erigido de forma contundente. Pero en rencor, no dirigido al perpetrador, sino a quien contribuyó a que se produjera.
De ahí que el saldo familiar sobrenade, que la peor parte se la lleve el personaje Tocón.
Mientras el dolor se quedó en el pueblo de Bonao, el rencor vino con Novicia y se instaló en el parque.
Desde ahí Amable nos ha situado y encaminado hacia unas hortensias que destilan el olor de una represión que duró 30 años y que está extendida en una forma de narración que se hace luminosa no tanto por lo da a entender, sino por lo que sugiere o secretea entre las oraciones o raciones de pensamientos.
Eloy Alberto Tejera
eloyalbert28@hotmail.com