Cada mañana, a compañeros de trabajo y alumnos, pregunto: ¿dormiste mucho, y bien?, y la respuesta sobrevuela por el tabernáculo de la leve sonrisa de negatividad, con los ojos decaídos, entristecidos y naufragantes. Otros parlotean, sin inteligencia artificial y mecidos en un arlequín sin falsa apariencia: “dormí muy poco”.
Estudios clínicos revelan que uno de tres adultos (el 33.33%) sufre de trasnoches, que por lo menos una vez en la vida todas las personas padecen ese trastorno onírico, y que otros se despiertan a medianoche o a las tres de la madrugada. Y usted, ¿se ubica en uno de estos episodios, o lo concilia rápido, relajado?
La cortedad del sueño irrita las ondas cerebrales, fatiga en el olvido y nubla en el cansancio. Embota la mente en una torpeza desquiciante y disminuye drásticamente el rendimiento estudiantil y la productividad intelectual. Motoriza accidentes de tránsito y laborales, y abre la compuerta conducente a un infarto al miocardio.
El insomnio mella como una epidemia, deriva de la complejidad de la post-modernidad. Más que formular una advertencia velada, o mandar a tantos pacientes a terapias con un psiquiatra, neurólogo, otorrinolaringólogo, neumólogo u otro especialista en medicina del sueño, preferimos suministrarles un recetario, a ritmo de poesía, para estimular la ensoñación en el castillo más rozagante.
Para ellos, parimos el poema “El durmiente envidiado”. De sus 14 estrofas, copiemos las 5 primeros y la última:
Me envidian,/desde la alborada hasta que el Sol se acuesta,/oda en mi dormir como un recién nacido/abandonado en la cama/unido a la diosa naturaleza,/y en el corear de ciguitas y ruiseñores,/el rocío de los follajes/y la sinfonía del piano en su exquisitez sublime./
Orgulloso me siento que envidien mi descanso profundo,/purificador de mente y cuerpo,/en el rejuvenecer de la vitalidad calórica,/a piernas sueltas,/sin píldoras ni consultas médicas./
No doy vueltas cuando poso el lomo del tálamo,/tampoco me desvelo en el sillín,/
ni gimo en el piso mirando el techo de la estancia/ en ausencia de silbatos en el aposento./
Me envidian, ¡upa!, /porque desde que sujeto el cráneo en almohadillas,/
caigo en brazos de Morfeo,/desamparado sin saber de mí,/imitando tal cual a los murciélagos,/también a gatos, tigres y leones./
Me alegra que los somnolientos ansíen/el Don divino de yacer como yo,/
acompasado en el lecho confortable del dormir,/bajo el control pausado de la respiración,/
para la claridad después del bello amanecer./
¡Ea!, a esos futuros colegas de una buena noche de sueño,/ les pido que maten el insomnio en los nuevos hábitos/del valle de flamencos, rolitas y lechuzas,/que tejen leyendas en vuelos sonoros y visuales,/ soltando siluetas en aleteos de anhelados/plumajes de una vida larga y lozanía placentera.