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Atres años de las elecciones de 2028, el PLD atraviesa una de las etapas más delicadas y definitorias de su historia.
De una maquinaria electoral durante más de una década, ha pasado a ser una organización debilitada, sumida en luchas internas, pérdida de credibilidad y una desconexión evidente con el electorado joven y emergente. El punto de inflexión para el PLD fue la derrota de 2020, que no solo significó la pérdida del poder político, sino la ruptura de su cohesión interna.
La salida del expresidente Leonel Fernández y la creación de la Fuerza del Pueblo no fue solo una escisión, sino la manifestación de un profundo conflicto de liderazgo y visión dentro del partido morado. A esto se suma el desgaste acumulado por años de denuncias de corrupción, clientelismo y prácticas que han generado rechazo en amplios sectores.
El PLD enfrenta hoy una carencia evidente de liderazgo renovador. Las figuras que aún dirigen el partido arrastran el peso del pasado, y la falta de una narrativa esperanzadora ha impedido la construcción de una nueva identidad que conecte con las aspiraciones de la ciudadanía.
Mientras tanto, otros actores del escenario político, como el oficialista PRM y la Fuerza del Pueblo, ocupan el centro del debate nacional, dejando al PLD en una posición de periferia política, luchando por mantener presencia y estructura.
Con miras al 2028, el PLD se enfrenta a un reto existencial. La pregunta ya no es si podrá regresar al poder, sino si logrará mantenerse como una fuerza política relevante.