Al joven príncipe Alexander le gustaba mucho pasear solo por el bosque. Un buen día, se encontró con una viejecita que estaba sentada sobre una piedra.
A sus pies tenía dos cestas repletas de frutas, que pesaban mucho para ella.
_Me siento muy cansada le dijo la anciana al príncipe-. ¿Podrías llevarme a cuestas hasta mi casa?
El joven hizo lo que la viejecita le pedía y así llegaron a la casa.
En la casa una jovencita, más bien fea, cuidaba unos patos.
La viejecita agradeció al príncipe su bondad y le pidió que aceptara una perla como regalo.
Cuando el príncipe llegó al Palacio se la mostró a la reina, y ésta comenzó a llorar, pues esa perla la llevaba su hija cuando desapareció en el bosque muchos años antes.
La viejecita contó a la muchacha que por la generosidad del príncipe ella había quedado liberada del hechizo que la convirtió en fea.
Desde ese momento la jovencita recobró su hermosa y la reina llegó a la casa de la viejecita y se encontró con su hija perdida.