Luis Pérez Casanova
l.casanova@elnacional.com.do
Cuando estalló la peste del coronavirus en Wuhan, China, de inmediato comenzaron las especulaciones sobre el origen y alcance de la epidemia. Sin mayores elementos al virus se le imprimió de inmediato una etiqueta ideológica al atribuirlo al pulso entre las potencias por el dominio planetario. Nunca se admitió la posibilidad de que la enfermedad pudiera surgir en un puesto de pescados y mariscos de la ciudad, sino que era el inicio de una guerra bacteriológica para frenar el apoteósico desarrollo tecnológico y el progreso económico de Pekín.
La realidad ha tenido que imponerse para echar por tierra esa visión fantástica. La pandemia penetró a Estados Unidos, que se suponía inmune, causando más estragos que en China. Al contar con los hospitales donde van a tratarse los más ricos del mundo, investigadores que cada año se alzan con el Nobel en Ciencia y Medicina, magnates que han revolucionado la era digital como Bill Gates, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y otros era difícil pensar, en buena lógica, en el cataclismo que la enfermedad ha causado. Siempre dando como buenas y válidas las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la patria del Tío superó en cuestión de días a Pekín tanto en muertes como en contagiados.
Nos encontramos entonces con que el coronavirus no es parte de ninguna guerra bacteriológica ni el sistema sanitario de Estados Unidos estaba blindado, aunque como se han defendido algunos seguidores de la potencia, bajo el mandato de Donald Trump, que ha privilegiado el poder del dinero frente a la salud y la seguridad, cualquier cosa puede suceder en ese país. El panorama en la nación se torna más patético cuando Nueva York, considerada la capital del mundo, ha sido sacudido por la enfermedad como si se tratara de una aldea sin ningún medio de defensa. Solo en la urbe han muerto más de siete mil personas de las alrededor de 20,000 que hasta han fallecido en Estados Unidos. Para más dramatismo en el icónico Central Park ha habido que improvisar hospitales porque la gran urbe se ha quedado sin camas para atender a los enfermos.
En Estados Unidos los contagiados superan el medio de millón y se utilizan fosas comunes para sepultar a los muertos. Se buscarán mil pretextos para explicar el cuadro, pero la realidad es que ese virus ha evidenciado las debilidades de las grandes potencias y la vulnerabilidad de la salud en la muy culta y civilizada Europa. Espanta que en el siglo XXI, cuando el mundo se ha reducido a una aldea, cuando se practican cirugías a control remoto, se transita en autos eléctricos y se gasta más dinero en dietas que en alimentación la humanidad sería confinada por un virus que en más de tres meses no ha podido ser controlado.

