Dentro de mis elucubraciones sobre el idioma, yo definiría el español o castellano como un sistema de pensamiento, en donde tanto la lógica formal como la dialéctica dicen presentes, generando códigos y signos que permiten la comunicación.
Desde el monema, que es la unidad más simple de una palabra, hasta el discurso total, el español o castellano mantiene un método coherente, que es lo que al final le imprime el entendido sentido de las cosas. Nada sobra en el habla y la escritura, y el todo en español es un constructo bien delimitado de formas y fondo.
En la praxis diaria de la lengua, como lo es el ejercicio idiomático, la formación de una simple frase obedece a marcos bien hilvanados y a razonables estructuras ordenadas sistémicamente.
El lenguaje es una categoría compleja, y un ejemplo de eso lo representa el uso de las comillas. Existen tres tipos de comillas en este conjunto de caracteres que se utilizan para comunicarse: 1) Las comillas angulares («»), las cuales deben ser las utilizadas al momento de citar en primera instancia; 2) Las comillas inglesas (“”), que son aquellas que sirven para entrecomillar algo entrecomillado; y 3) Las comillas simples (‘’), símbolos usados como terceras comillas dentro de dos textos entrecomillados.
Un ejemplo de comillas angulares sería: -Él se lo dijo: «Si no reservas antes, perderás el vuelo». En cuanto al modelo de comillas inglesas podríamos escribir: -El policía le advirtió: «Te pondré la multa, y aunque grites que, “hay un gran tapón en la avenida”, no me importará».
Sobre las comillas simples, un paradigma lo representaría la siguiente oración: -El letrero decía: «Se alquilan habitaciones, aunque recomendamos “traer abanico”, pues al encender el acondicionador de aire ‘la factura’ le arrancará su sueldo completo del mes».