El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) no es una institución cualquiera en Estados Unidos.
Es el faro científico que, desde Atlanta, vigila la salud pública de USA y del mundo, alertando sobre brotes, investigando epidemias y coordinando respuestas que salvan millones de vidas. Sus informes semanales son la brújula de salubristas en todos los continentes.
Por eso, el atentado del pasado 8 de agosto no es solo un ataque contra un edificio. Es un ataque contra la ciencia, contra la razón y contra la defensa más efectiva que tenemos frente a enfermedades prevenibles: la vacunación.
Patrick Joseph White, el agresor, llegó armado con rifles, pistolas y más de 500 cartuchos. No entró al campus del CDC gracias a la rápida acción de la seguridad, pero disparó más de 180 veces desde la calle, matando al agente de policía David Rose. Su motivación, confirmada por documentos incautados, era “enviar un mensaje contra la vacuna del COVID-19”. No fue un acto de locura aislada: fue el fruto envenenado de años de propaganda antivacunas.
Y aquí es donde la responsabilidad política no puede evadirse. El actual secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr., ha alimentado la desinformación sobre las vacunas, cuestionando su seguridad y eliminando inversiones clave en proyectos de ARNM.
Su retórica, disfrazada de “escepticismo”, ha dado oxígeno a teorías infundadas que confunden a la población, debilitan campañas de inmunización y, como vemos, ponen vidas en riesgo.
La vacunación es, junto con el agua potable, la herramienta de salud pública más poderosa que ha conocido la humanidad. Negarla o sembrar dudas sin fundamento es condenar a miles a enfermedades y muertes evitables.
El escepticismo científico es legítimo cuando nace de la evidencia; el que nace de la ideología y la conspiración es irresponsable y letal.
El CDC y sus profesionales trabajan bajo un asedio que no es solo presupuestario —con recortes que amenazan su operatividad— sino también moral y físico.
Ser blanco de balas por defender la salud de todos es una señal alarmante de que la verdad científica está siendo arrinconada por el ruido político.
Defender al CDC no es defender a un gobierno ni a un partido. Es defender la vida, la seguridad nacional y el derecho de todos a vivir protegidos de enfermedades que la ciencia ya sabe prevenir. Ojalá que esta ola de desinformación no se propague en nuestro país.