Ubaldo Guzmán Molina
Una mañana luminosa, José se encontró en el parqueo con un carro volador que no hacía ruido. De él se desmontó un hombrecillo con un traje especial. Los colores del auto brillaban tanto que herían su vista.
-José, vine a darte un paseo -le anunció. No supo cómo averiguó su nombre.
-Es que yo no quepo en esa nave -dijo José, saltando de un lado a otro.
-Tú cabes perfectamente y tendrás un viaje maravilloso y seguro.
-Soy un niño inocente, pero no tonto -dijo José.
-¿Me vas a acompañar?
Al final, el niño se dejó convencer por el hombrecillo, se puso un traje, se acomodó en el vehículo y emprendieron el viaje. Ascendió suavemente y se posó encima del edificio de apartamentos en que vivía José.
Antes de retomar el vuelo, el piloto le preguntó en qué dirección le gustaría ir. No lo pensó mucho. Allá, dijo José, levantando el brazo derecho. Estaba emocionado y sin miedo a la altura. No sabía cómo la nave se desplazaba con tanta facilidad.
El carro volador tomó la calle Euclides Morillo y se enfiló hacia la avenida Los Próceres. José veía el río de carros desplazarse en ambas direcciones con desesperación. Pasaron por encima del Diamond Mall. A José le atrajo la M de McDonald´s en un extremo y le preguntó que si podía descender, porque no había desayunado. Su acompañante hizo un gesto negativo con la cabeza.
Desde lo alto observaba el espinazo de la avenida John F. Kennedy, medio entaponada en esa hora. A la derecha vio un carro rojo enganchado en el edificio de Santo Domingo Motors. La nave subía y bajaba con oprimir un botón. ¿No podrían llevarme al colegio en este auto?, pensó José.
El niño se sintió deslumbrado por el azul y amarillo de Ikea. Al otro lado brillaba Ágora Mall. Después pasaron frente a la Ferretería Americana, Claro y Scotiabank. El carro hizo un ascenso vertical a velocidad meteórica y llegaron a un lugar donde había otras naves de diferentes tamaños y diseños. José no podía creerlo: niños manejaban carros voladores.
El auto descendió en picada encima de El Mundo de Juguete, donde José suplicó, sin éxito, que se parara. El hombrecillo le entregó un carro en miniatura igual al que usaron para viajar y que se controlaba con la mente.
De regreso hicieron el mismo trayecto y los edificios se veían desde otra perspectiva. Una nube opacaba el sol. El hombrecillo dejó a José frente a su apartamento y el niño le devolvió el traje.
Estaba feliz de haber hecho un viaje que sabía que difícilmente se podría repetir en su existencia. Aunque el hombrecillo prometió que volvería, no cumplió.