Envejecer tiene encanto, belleza y un toque de nobleza a condición de que no pase del ámbito de los anuncios de productos geriátricos. Es este un mecanismo de la naturaleza para deshacerse de aquellos seres, sus instrumentos visibles y tangibles, que deben dejar el espacio a otros. Envejecer con alguna paz interior es un arte de los elegidos. Los procesos naturales pueden ser tomados por crueles, despiadados e insensibles.
Sólo cumplen una ley inflexible, que no tiende a parcializarse con nadie. La muerte, su máxima expresión, no ve los ojos desorbitados de sus víctimas, no se inmuta ante su inocencia o su renuencia y sus lamentos y lágrimas contra la idea de dejar el mundo de los vivos.
Ella actúa como un juez que cumple un mandato de conciencia y un código que no puede violar bajo argumento alguno, bajo protesta alguna.
De ahí que su reinado, si se lo toma por la artista más razonable y realista, puede verse como un instrumento de justicia y como un eordenamiento de los factores que dan sentido a la existencia.
Se muere para que otros vivan, se nace para justificar la continuidad de lo que llamamos la existencia, la persistencia del ser.
El ser humano en su incesante negación de esta realidad, en sus enmascaramientos inútiles, es el más patético de los animales que pueblan este mundo falible y “cruel”.
Hay una “ley” de la continuidad que se halla atada íntimamente a la espacialidad, a la temporalidad, a la muerte, no importa como ésta ocurra.
La Naturaleza se explica por sí misma a través de sus actos, en su mismidad, en su esencialidad y en sus criaturas inquietas o indiferentes. El creyente Tagore proclamó, con descorazonado sentimiento de resignación, que las leyes de la naturaleza son las Fuerzas Armadas de Dios.
Esa es una idea irónica y realista a la vez de la vida y del ordenamiento causal de la cadena de acontecimientos a los que se ha asignado el nombre de Universo.
El envejecimiento, “ultraje de los años” le llamó Borges, es el apagamiento gradual del impulso, de la voluntad y del deseo cualquiera que éste fuera, incluido el de vivir o el de prolongar la vida más allá de lo aconsejable.
Un apunte
La suerte
Las letras de una ranchera mexicana proclaman que la muerte no mata a nadie, que la matadora es la suerte.