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Escapé del infierno de Pinochet con dos libros prohibidos

Escapé del infierno de Pinochet con dos libros prohibidos

Comenzando la segunda semana de diciembre del 1973, cuando ya se hacía suplicante el calor, Santiago de Chile era una ciudad amenazada por el miedo.

La violencia estaba instaurada bajo el régimen militar. La persecución a la ideología política era despiadada y en la metrópoli todos éramos sospechosos.

La izquierda vencida. El cruel Augusto Pinochet fortalecido y la extrema derecha  consolidada. Un día de esa semana entraron militares a mi nueva celda de la penitenciaria y me condujeron a una habitación.

Se había presentado al recinto carcelario de Pedro Montt 1638 un caballero de piel negra, alto, traje gris. Era el embajador dominicano Tancredo Duluc, con quien ya había tenido contacto antes de que me trasladaran a este lugar, que era como el preludio de la excarcelación.

El jerarca, al verme entrar, me dijo: ‘’Recoja sus cosas que ya terminaron sus peripecias’’. Firmamos unos papeles que tenían que ver con mi sobreseimiento y expulsión de Chile y montamos al auto con destino a la sede diplomática.

En el trayecto, al embajador Duluc se le ocurrió preguntarme si tenía algo pendiente de retirar de la pensión donde me alojaba, en la comuna Villa Olímpica, cerca del estadio donde había sobrevivido varias veces a los métodos de tortura.

-Sí  – le dije sin vacilar, y torció el rumbo hacia la avenida Carlos Dittborn. Subimos al segundo piso de uno de los bloques del residencial, y toqué tres veces.  La puerta se abrió.

La señora María (no recuerdo el apellido), al verme allí parado, abrió la boca, se le aclararon los ojos, extendió los brazos, perdió el equilibrio y se desmayó.

Durante mi encarcelamiento en el Estadio ella me escribió varias cartas, muy clandestinas,  a través de una enfermera que en el hospital de campaña me había curado las heridas.  Al no recibir respuestas, perdió contacto conmigo y asumió  que, en medio de la vorágine,  yo no estaba más en “el reino de este mundo”.    

Fue una impresión muy fuerte. Sus hijos Paty y Pato, el  embajador Duluc y yo, la socorrimos con agua, soplándole aire y palabras de aliento.

Cuando al fin se recuperó, como retornando de un viaje, me ofreció algo de comer, plátano hervido como me gustaba y recordó aquel día que, por confusión, puso a hervir los guineos maduros.

Mire -me dijo- después que se lo llevaron preso los militares allanaron estos apartamentos. Cargaron y quemaron sus libros en la plaza.

De sus libros –continuó- lo único que pude salvar,  porque se les cayeron y los dejaron botados, fueron los que les voy a buscar.

Avanzó a una de sus habitaciones y regresó con “Antología Popular”, de Pablo Neruda, y  “Sinuhé,  el Egipcio”, de Mika Waltari, mis libros de cabecera entonces, prohibidos ya por la dictadura.

-Mire, quise guardarlos por si algún día usted  volvía, pero tuve que despegarle y romper las primeras páginas; por lo que ahí dice, pensé que podrían ser peligrosas para usted y mi familia.

Así es,  faltaban las primeras 7 páginas de ambos libros.  

Años después mi hijo Renorrafa Gaviota me visitó en Montevideo llevándome de regalo un ejemplar de este último, una edición española del 2010; agradecí, recuperando las  páginas perdidas por el miedo a la represión ideológica.

Pasado el tiempo, por medio de la doctora Magnolia Suazo, el periodista y cineasta Juan de Láncer se enteró de esta historia y me citó para la redacción del periódico donde laboraba. Me hizo un reportaje publicado en la revista Rumbo, el 19 de setiembre del 2001, con este título: “El dominicano que escapó al infierno de Pinochet”.

También me propuso llevar estas vivencias al cine, bajo su dirección, pero el proyecto no se dio, por falta de un sponsor.

Así fue como, con la ayuda de un embajador,  y  de dos libros prohibidos, escapé del infierno de Augusto Pinochet.

El autor es poeta.