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Fiesta de la fe impuesta

Fiesta de la fe impuesta

Ernesto Guerrero

El 12 de octubre celebramos el “descubrimiento” de América y la llegada del catolicismo: una fe que, en lugar de ser elegida, fue impuesta como si se tratara de un regalo forzado. Filipinas, un pequeño rincón católico en Asia, y los pueblos de América —incluida nuestra isla— son claros ejemplos de cómo la religión seutilizó más para dominar que para unir.

Imaginemos por un momento: mientras en muchos lugares del mundo las personas adoran a sus dioses desde hace siglos, aquí llegamos nosotros, los conquistadores, a ofrecerles un “mejor” camino. Con un Jesús rubio y de ojos azules, los nativos se encontraron ante una “dichosa” opción. En realidad, esto es un chiste: en la vasta China, millones no han oído hablar de Jesús y ni se inmutan por ello. ¿Y nosotros iremos allí para salvar todas esas almas?

Lo curioso es cómo los indígenas y afrodescendientes, con su sabiduría y tradiciones, han ido incorporando los santos católicos a su propia fe. Es como si hicieran una especie de “sancocho” espiritual, mezclándolo todo en un solo plato. Belié Balcan es San Miguel, Shangó es Santa Bárbara, y Papá Legba, San Lázaro, entre muchos otros. Pero no dejemos que la historia nos haga pensar que la conquista fue solo una aventura de fe. En realidad, fue un período oscuro, donde la espada y la cruz se entrelazaron. Paradójicamente, las matanzas se llevaron a cabo en nombre de la salvación.

Hoy, algunas autoridades eclesiásticas —horrorizadas—exigen retirar de la playa de Sosúa la estatua de Atabey, intentando hacernos creer que nuestras raíces espirituales son “brujería”. ¡Y si alguien se atreve a hablar de Jesús como un Cristo negro, qué escándalo! El al calde Riverón y parte de la prensa nacional reaccionarán como si estos herejes estuvieran desafiando la moral cristiana.

Finalmente, que este 12 de octubre —declarado «Día de la Raza»— sirva para celebrar con orgullo la diversidad de nuestras raíces, recordando que, aunque intenten borrarlas, las tradiciones indígenas y africanas siguen vivas. Porque no hay dominicano que se resista al sonido de percusión del tambor en el merengue o el gagá.

Así que, en este día, honremos nuestra historia con un poco de humor e ironía. No dejemos que la imposición de una religión nos quite la risa, porque, al final, un poco de sarcasmo ante la historia siempre es bienvenido. ¡Viva la fiesta de la fe impuesta!