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En las zonas urbanas del país la industria de la construcción contrata abundante mano de obra haitiana, la cual se le ha hecho imprescindible en sus proyectos inmobiliarios. Pero igualmente en las áreas rurales, las labores agrícolas las realizan mayoritariamente jornaleros haitianos que son contratados para esos fines.
Asimismo, en el renglón de los servicios también está visiblemente presente el componente haitiano, realidad que predomina debido a los bajos salarios que existen en esos sectores, los cuales no son atractivos para la fuerza de trabajo dominicana, que prefiere migrar antes que aceptar los «sueldos cebolla» que pagan los empresarios.
Limitada a finales de los años cuarenta del siglo pasado al explotador y abusivo corte de la caña de azúcar en los bateyes, la mano de obra haitiana se ha esparcido por todos los intersticios de la sociedad dominicana ochenta años después. A ese cuadro laboral hay que agregar que el colapso de la sociedad haitiana ha expulsado hacía acá una variada masa humana que ha hecho que la representación de la nación del oeste de la isla sea numerosamente significativa.
Importante es también la migración de una parte importante de la clase media y alta del vecino país, que adquiere o alquila apartamentos, incrementando la presencia haitiana en la República Dominicana.
Es innegable que la representación haitiana ha desbordado los parámetros demográficos, degradando los salarios y presionando los sectores de salud y educación. Si nos vamos a la frontera, el asunto es más radical aún, pues allí el tráfico de seres humanos hacia el país es el «pan nuestro de cada día», y militares y civiles participan de un negocio que les reporta millonarios beneficios. Igualmente, todos los pueblos fronterizos disponen de un mercado binacional. Continuaré con este complejo tema en una próxima entrega.