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El gobierno interventor de Estados Unidos en la República Dominicana (1916-1924) sentó las bases para la acumulación originaria en todas las ramas armadas, el cuerpo del orden y los organismos de seguridad del Estado, a partir de establecer e institucionalizar el acceso a ingresos extraordinarios de los uniformados que alcanzaran el primer eslabón de oficiales superiores.
Esa bien pensada estrategia que se propuso establecer el gobierno interventor buscaba convertir en estamentos de clase, vale decir, castas que se sientan parte del estado burgués, del desarrollo capitalista, que se proponían establecer en la República Dominicana, ya que un cuerpo de formado por harapientos, no podía defender, ni muchos menos sentirse parte, de la estructura económica capitalista que se proponían desarrollar.
De acuerdo con el profesor Juan Bosch, en su libro “La Guerra de la Restauración”, esa desigualdad social se le estrellaba en la cara a ese ejército de harapientos, “mientras que los comerciantes, que no iban a la guerra, vivían en la abundancia o por lo menos con ciertas comodidades” …” que, en el caso de los más prósperos, se piensa que debían ser ricos o acomodados”.
Bosch cita al brigadier Antonio Peláez Campomanes, que en su “Memoria de la parte Española de la Isla de Santo Domingo”, establece que el ejército dominicano iba a la guerra contra Haití “descalzos, medio desnudos, y sin más provisiones que algunas galletas, que por extraordinario les da el Gobierno, se mantienen con caña de azúcar, plátanos, boniatos (batatas), ñames y otras raíces que abundantemente produce sin cultivo del terreno”.
Y añade: “Consecuente con esta penuria es que no pudiendo el Gobierno recompensar con pensiones ni buenos sueldos a sus servidores, se ha visto en la necesidad de no escasear los títulos miliares para premiar las acciones notables al frente del enemigo…pasan esos habitantes de coroneles, generales y almirantes, y vuelven a su oficio de ganar sus subsistencia, sin que extrañe ver a cada paso antiguos oficiales de la mayor graduación ejerciendo la profesión de carreteros o destapando barriles en casas de comercio”.
El vicealmirante Eurípides Antonio Uribe Peguero, en su libro “Militares y Autoritarismo, establece que “en el momento de la entrada de las tropas norteamericanas en el 1916 la República Dominicana contaba con 416 generales y 479 coroneles, pero la mayoría eran generales y coroneles auto designados y no correspondían a un esquema militar organizado”.
En el mismo párrafo se advierte: “esos generales y coroneles provenían de las luchas montaneras que se desataron con el caudillismo regional, incrementado después de la muerte de Ramón Cáceres en 1911, quien los mantuvo satisfechos asignándoles partidas mensuales para que les garantizaran gobernabilidad. Eran los generales del Concho primo”.
El mismo autor refiere que “la oficialidad de esta exagerada población de generales” se hacía con la asignación de una partida presupuestaria de la presidencia.
Poor: Rafael Méndez
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