Cada nación está concentrada en contener la propagación de la pandemia del coronavirus, pero no por ello se debe pasar por alto el desafío humanitario que además de la enfermedad representa la hambruna sobre la que ha advertido en Haití el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (PMA). Tanto para la población haitiana, expuesta a una catástrofe por el virus que azota al mundo, como para República Dominicana y demás países del Caribe, una crisis alimentaria tendría efectos devastadores en todos los aspectos. La alerta del PMA en el sentido de que más de cuatro millones de haitianos necesitan ayuda urgente representa un toque de atención para las grandes potencias, aunque ahora mismo dediquen sus mayores esfuerzos a superar la pandemia del coronavirus. Se calcula que en Haití, que para colmo vive en una permanente crisis institucional, hay alrededor de un millón de personas que sufre hambre severa. La crisis alimentaria y el coronavirus son dos desgracias que combinadas multiplican sus consecuencias sanitarias. Más que en estado de alerta las grandes potencias, que tantos recursos han invertido en armas nucleares, deben asumir la alerta del PMA sobre una hambruna en Haití como un compromiso de solidaridad con la nación. Sería el colmo dejar que República Dominicana, que ha tenido que hacer de tripas corazón en la lucha contra el coronavirus, sea la que cargue con el problema de la hambruna que gravita sobre Haití o se exponga a las nefastas consecuencias.

