El orgullo haitiano ha salido a relucir al cerrar sus fronteras ante la reapertura dominicana del comercio binacional.
Los vecinos se sienten ofendidos, aparentemente, sin razones valederas. Simplemente se les hizo saber que no podían desviar el río Dajabón, pues se trata de un recurso que pertenece a ambos países y el tratado de 1929 no puede ser interpretado a conveniencia de una de las partes. De forma irracional continuaron la obra y la relación diplomática sufre hoy un deterioro extremo.
Haití es un país deforestado, sin producción agropecuaria ni industrial. Se supo que sus autoridades procuran mercados para la compra de alimentos y otros productos, los cuales eran suplidos por nuestro país.
Mientras tanto el desabastecimiento, es de imaginarse, debe ser enorme, lo que agrava más la terrible situación de los vecinos de la parte occidental. Ese, sin embargo, es su problema.
Ojalá y lo resuelvan, de la misma forma que el Gobierno dominicano debía ir buscando mercados a los productores nacionalesque se perjudican con la caída del comercio binacional, el cual registraba una balanza favorable para nosotros.
Sin embargo, esta crisis ha destapado fanatismo y odios, de ambos lados, que, por seguridad para los dominicanos, lo mejor sería olvidarse de ese ventajoso comercio, así como de la dependencia de manos de obras haitianas.
La sal puede salir más cara que el chivo. Con las experiencias recientes, de naciones que comparten territorio, lo que demanda el momento es el inicio de toma de medidas drásticas en materia migratoria.
No es un secreto que el país que ofrece mayor ayuda a Haití es República Dominicana. La prueba no está solo en los servicios médicos y educativos, sino en que el grueso de las remesas que llegan a esa nación es desde nuestro territorio.
Además, nuestras autoridades, en todos los foros internacionales de la OEA y la ONU, levantan su voz a favor de la empobrecida nación, sin que se muestre el menor gesto de gratitud de alguna autoridad.
“Hacer favores a gentes que no nos han de corresponder es como recitar bellas poesías en un idioma que los otros no entienden”, dijo Noel Clarasó.
Un dato adicional: no es aconsejable especular, pero posiblemente si Haití mañana llega a contar con un ejército poderoso podría ser una amenaza para la soberanía nacional, por lo que la lógica manda a no continuar solicitando favores para esa nación.
Que la suerte de ese país dependa de la obra de sus propios conciudadanos. Y que nosotros nos concentremos en los nuestros, que son muchos.
Hay quienes sostienen –y se les podría conceder razón— que es inminente una futura guerra entre República Dominicana y Haití, porque hasta su propia Constitución de 1987 establece que: “…es una República indivisible, soberana, independiente, cooperativista, libre, democrática y social”. ¿Indivisible? ¿Qué se insinúa?
La Constitución Dominicana, por su parte, es muy clara al expresar lo siguiente en su Art. 9), numeral 1) (en lo referente al territorio nacional): “La parte oriental de la isla de Santo Domingo…”
Es evidente que compartimos la isla con una nación habitada por muchas personas tercas, que, en ocasiones, dan muestras de irracionalidad, al no respetar el derecho internacional y en circunstancia similar no prospera ninguna gestión diplomática.
La gestión diplomática dominicana debía focalizarse en demostrar, ante la comunidad internacional, que somos soberanos y con derecho a aplicar nuestras propias leyes.