El servicio diplomático y consular de República Dominicana se equipara al de naciones del primer mundo, pero no en eficiencia ni influencia, sino en exceso de personal y costo operacional, al punto que en Naciones Unidas (ONU) la Cancillería ha acreditado a 93 personas y 38 ante la Organización de Estados Americanos (OEA).
En términos relativos, esta diminuta nación tiene más representantes en embajadas, consulados y ante organismos multilaterales que Estados Unidos, Rusia o China, solo que la mayoría de ese personal no hace nada, más que estorbar o cobrar un salario sin viajar a ninguna parte.
La diplomacia dominicana oscila entre lo insólito y lo ridículo, como lo demuestra el hecho de que en el Consulado en Nueva York están acreditadas 211 personas, incluidos cien vicecónsules, mientras en Haití se apretujan 57 empleados.
El Gobierno debe erogar cada mes en sueldo y salario para el servicio exterior más de 24 millones de dólares, lo que resulta un absurdo y un abuso contra los contribuyentes, porque la mayoría de ese dinero se dirige a financiar botellas o sufragar favores políticos.
La embajada dominicana en Costa Rica, que antes disponía de un embajador, un ministro consejero y una secretaria, tiene ahora 29 diplomáticos, pero el colmo es en Panamá, donde el embajador ha tenido que reglamentar el ingreso a la sede del personal designado porque no caben en la diminuta sede.
¿Cómo es posible que en una embajada como la de Jamaica se apretujen 21 diplomáticos o qué funciones desempeñan los 18 en Honduras, 30 en Italia, 18 en Ecuador, 34 en Canadá, 23 en Colombia, 18 en Chile y otros muchos centenares distribuidos en los cinco continentes?
Lo deseable sería que el presidente Danilo Medina disponga de una drástica reducción de esa hipertrofiada nómina y que la Cancillería disponga de un programa en promoción de comercio e inversión al personal diplomático y consular.
República Dominicana es hoy el hazmerreír de la diplomacia continental, con centenares de representantes que deambulan por todas las legaciones sin funciones algunas, pero que devengan salarios en moneda fuerte que salen de las costillas del contribuyente.

