Dirigiendo la nación a pasos agigantados hacia un callejón sin salida, que como herida sangrante castrará el desarrollo del país, se acumula la deuda externa nacional, obstáculo que actuará como la piedra de Sísifo, halando permanentemente hacia atrás nuestra inflada economía.
Por su descomunal magnitud, la deuda externa representa un insalvable escollo, tanto desde la óptica aritmética como también de la estructural. Si pagar significa sacrificar la inversión social, mas no pagar implica caer en incumplimiento de pago: pues entonces, la deuda externa lamentablemente es impagable. Este pasivo lacerante que nos robará la primavera e hipotecará el futuro de las nuevas generaciones va camino a ahogarnos.
En el pasado mes de marzo de este año la deuda pública consolidada ascendió a la alarmante suma de 73,084.9 millones de dólares, lo que representa el 57.8 del PIB criollo. Los organismos multilaterales, bonistas, países prestatarios, etc., que irresponsablemente han fiado a la nación sin cortapisas, deben entender de una vez y por todas, que no tenemos capacidad de reembolso, por lo que posponer desembolsos de capitales e intereses sin fecha inmediata es lo sensato.
Lo que procede inmediatamente es que las autoridades auditen todos los débitos en que ha incurrido la patria y declarar una moratoria de 60 años en capitales e intereses.
En esta desenfrenada campaña de préstamos parecería como si hubiera una agenda oculta o plan B por parte de dichos organismos acreedores, pues sin poder pagar, aun así, continúan prestando, llevando al Estado a un abismo que hará imposible saldar el astronómico déficit que nos perseguirá de por vida.
Esta orgía de empréstitos no ha resuelto uno de nuestros problemas cardinales, convirtiéndose este alocado endeudamiento en un círculo vicioso parecido a la serpiente uróboro, que se muerde su propia cola.