Es necesario, pero luce no ser prioridad de nadie, la construcción de un sistema que encauce las aguas lluvias, pues inmediatamente aquí cae un aguacero, calles y avenidas se inundan, para desgracia de la población.
Cualquier onda tropical nos golpea inmisericordemente, sacando a flote nuestra vulnerabilidad y la orfandad de soluciones a los problemas que nos abaten diariamente, calamidad que llega al extremo de mezclar las aguas caídas con la de la capa freática, contribuyendo a su contaminación.
La casi inexistencia de drenaje pluvial, imbornales y plantas de tratamientos agudizan la problemática, elevando su peligrosidad a niveles exponenciales. La espantosa realidad no tiene fin, y la tragedia vestida de muerte apareció el viernes 4 de noviembre del año pasado, asesinando a 8 personas que no pudieron evadir los bravíos torrentes que corrían a raudales en nuestras vías.
A la inundación de las sendas urbanas se le suman los agujeros y el deterioro progresivo que exhiben la mayoría de las arterias en las diferentes ciudades. Caminar por una acera le puede costar hasta la vida a cualquiera, pues hay muchas posibilidades de caer en un boquete, de los que existen cada 150 metros.
El sistema de rodamiento de los carros es víctima de la apatía de las autoridades que hacen caso omiso a la reparación de las troneras que masacran los vehículos en las rutas metropolitanas. Las puntas de eje se desarticulan, los amortiguadores pasan a desguañangarse, los soportes del vehículo tienden a dislocarse, mientras que los neumáticos piden a grito alineación y balanceo; todo esto indicando una visita a las calles Marcos Ruíz, María Montés, Moca, Isabel Aguiar, etc.
Si los hoyos hablaran describirían el estado de abandono de los espacios urbanos por parte de los funcionarios que les importa un bledo esta penosa situación.