Las muertes accidentales y violentas totales (2019-2023), según fuentes oficiales y algunos medios periodísticos, entre esos años hubo 20,760 muertes accidentales y violentas, lo que da un promedio de unos 4,152 casos al año. En 2024 se reportaron 4,700 muertes accidentales y violentas en todo el país.
Partiendo de las mismas fuentes, el 41.7 % de esas muertes, unas 1,961 fueron por accidentes de tránsito ocurridos en el lugar del hecho, lo que debe llenar de preocupación, en especial a los que gobiernan.
Y lo más alarmante, los homicidios intencionales representaron el 22.15 % de esas muertes totales. La espiral de violencia antisocial y de Estado van desde los homicidios a los asesinatos de mujeres, niños y adolescentes.
Investigaciones epidemiológicas, antropológicas, neurobiológicas y psiquiátricas han demostrado que la violencia es un fenómeno multifactorial, con predominio de componentes ambientales y genéticos.
Kurt Schneider calificó como desalmados antisociales a “sujetos que carecen de compasión, vergüenza, sentido del honor, remordimiento y conciencia moral”. De esos abundan en nuestro desolado y vapuleado país.
Y advertía el académico de Heidelberg que “los desalmados criminales no deberían hacernos olvidar que también existen los desalmados sociales, de naturaleza dura… que caminan sobre cadáveres”.
En la violencia antisocial confluyen, además de los factores genéticos, el estrés emocional, la pobreza, la inequidad, la desigualdad, la promiscuidad, las drogas, el abuso infantil y la desintegración de la familia.
Solo la conciencia colectiva responsable -fundada en la educación, la equidad, la justicia social y el respeto a la dignidad humana- podrá detener esta cruel espiral que amenaza con devorarnos a todos.