Con un legado de grandes desafíos, entre los que sobresalen la crisis sanitaria y la caída de las actividades productivas, el Gobierno del presidente Luis Abinader, definido como del cambio, echa a andar desde hoy despertando muchas expectativas.
En la ceremonia de juramentación, que contó con la presencia de invitados tan relevantes como el canciller estadounidense, Mike Pompeo, y el presidente de Haití, Jovenel Moïse, el mandatario trazó las líneas generales, siempre conforme a las circunstancias, de su ejercicio de cuatro años.
Pero el panorama es tan complejo y enmarañado que el tiempo será el mejor juez y testigo de uno de los mandatos que se ha asumido en condiciones sociales y económicas más adversas de toda la historia.
Amplios sectores parecen por ahora conformarse con sangre, o lo que es lo mismo, la persecución implacable de salientes funcionarios sospechosos de enriquecimiento ilícito o algún abuso de poder.
Por más necesidad que haya de justicia, el Gobierno tiene que emplearse a fondo, sin importar el rigor de las medidas, para aplanar la curva del coronavirus y avanzar en la normalización de las actividades productivas.
En sus inicios las administraciones siempre generan esperanzas, pero en el caso del Gobierno que se inicia hoy es buena señal que los funcionarios han dado demostraciones de que tienen bien definido el punto de partida.
Con la expectativa de cambio que se ha creado la opinión pública no parece dispuesta a tolerar condescendencia ni que la presente administración se convierta en más de lo mismo.

