Sin cocos ni cocoteros. Ni siquiera era conocida por ofrecer helados o dulces de tan preciada fruta. Punto de encuentro habitual, imprescindible e inevitable. Sello y estampa irrepetible de una época especial cuyos acontecimientos históricos sobresalientes marcaron a más de una generación, atrapadas unas y estimuladas otras, entre apasionados sueños preadolescentes y aspiraciones aventureras, ya adolescentes.
Desafíos y promesas convocados en armonía con la hospitalidad de un hogar cálido y vital que nunca puso reparo en el abrazo familiar y cotidiano. Así era, invariablemente, como estar en casa.
Infaltables y omnipresentes aportes a la distracción y formación de quienes tuvimos la fortuna de ser parte de esta cofradía, cuya hermandad hoy me parece infinita. Tan dichosos y útiles como nos fue posible ser o lograr.
Espacio singular definido por regulares convocatorias, unas veces en la necesidad de compartir, de vivir en comunidad. Cifrado, otras tantas, en el liderazgo o carisma de una figura claramente definida e identificada -Fausto Jiménez, el Coco cariñosamente-, así como de la tolerancia y el soporte constante de los anfitriones adultos de este acogedor hogar, mentores evidentes del proyecto de estábamos escribiendo y construyendo en Esperanza, entre los 60 y los 70 -Ana y José Jiménez-, padres adoptivos de una camada de muchachos que, con los años, se tornó tan variada como amplia.
Esto facilitó, por supuesto la diversidad e intensidad de una etapa de la que todos y cada uno de los participamos guardamos gratos recuerdos y experiencias enriquecedoras. Encuentros matutinos o vespertinos dependiendo de las edades y la disponibilidad de tiempo para las distracciones más allá de las obligaciones escolares.
Desde un estrecho túnel subterráneo (¿emulando a los del VietCong en la Guerra de Vietnam?), una casa en un árbol, una canoa de madera, un ring de lucha y boxeo, hasta la recreación de enfrentamientos bélicos. En fin, todas estas obras hechas a mano, en equipo, cual juguetes auténticos a escala real, conforme nuestras estaturas, desarrollo y disposición.
Creo ahora que nuestras tempranas pruebas en la Casa del Coco, guardan algún significado, dignas de ser contadas. Episodio y valores que intento rescatar en estas líneas.

