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La era del aplauso vacío: “tontoutilidad” pensar importa menos

La era del aplauso vacío: “tontoutilidad” pensar importa menos

 La “tontoutilidad” se ha convertido en el nuevo signo de prestigio social. Es el pasaporte para acceder a la visibilidad instantánea en las redes, ese espacio donde lo trivial se disfraza de contenido y la popularidad se mide en corazones, fueguitos y risas digitales.

No es un fenómeno espontáneo, sino la consecuencia de un ecosistema donde la ignorancia se volvió rentable y el pensamiento, una carga innecesaria.

En una sociedad con alarmantes niveles de analfabetismo funcional, donde leer no siempre significa comprender, la “tontoutilidad” encuentra terreno fértil.

Su éxito radica en que no exige esfuerzo alguno: basta con repetir, compartir o reír la ocurrencia del momento.

La reflexión estorba, el contexto molesta, y el análisis suena anticuado frente a la gratificación inmediata del “like”.

Pero este fenómeno no es solo una patología de las masas. Desde sus cómodas plataformas, pescadores de toda índole (políticos, empresarios y comunicadores) se han lanzado al mar revuelto de la banalidad digital.

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Algunos, conscientes de la fragilidad de una audiencia cada vez menos crítica, han aprendido a manipular emociones con la precisión de un cirujano: convierten rumores en verdad, chismes en debate, y farsas en espectáculo.

Otros, simplemente, se han dejado arrastrar por la corriente, convencidos de que estar “a la moda” justifica cualquier renuncia intelectual.

El resultado es una peligrosa inversión de valores. Quien más grita es más escuchado, quien más insulta es más seguido, y quien más se burla es más celebrado.

La sensatez, en cambio, es vista como aburrida o elitista. La “tontoutilidad” se ha vuelto aspiracional. Ser parte del ruido es preferible a quedar fuera del foco.

Mientras tanto, el tejido social se deshilacha. Cada video sin sentido, cada discurso hueco, cada “trending topic” banal alimenta un deterioro colectivo que pocos quieren ver.

Lo preocupante no es que exista la “tontoutilidad”, sino que se haya convertido en el modelo de éxito dominante, legitimado incluso por quienes deberían combatirla.

En un país donde la educación crítica es débil y el entretenimiento vacío reina en los medios, la batalla por el pensamiento se libra en desventaja. Pero aún hay esperanza.

Reconocer la enfermedad es el primer paso para buscar la cura. De lo contrario, seguiremos aplaudiendo nuestra propia decadencia, convencidos de que ser “cool” es suficiente mientras el sentido común se apaga en la pantalla.