España vive uno de los capítulos más convulsos de su historia democrática reciente. La detención preventiva de Santos Cerdán, hasta hace poco número tres del PSOE y figura clave del círculo interno de Pedro Sánchez, no solo ha sacudido los cimientos del partido gobernante: ha puesto en jaque la estabilidad institucional del país y ha abierto una grieta profunda en el llamado “sanchismo”.
Más allá del hecho judicial, lo que está en juego es el modelo de gobernabilidad que ha marcado los últimos años de España: uno basado en equilibrios frágiles, apoyos parlamentarios negociados al filo, y un liderazgo que ha polarizado tanto como ha perdurado. Hoy ese modelo tambalea. Y con él, se tambalea también la confianza de buena parte de la ciudadanía en sus instituciones.
En medio del escándalo, la oposición —liderada por el Partido Popular y su presidente, Alberto Núñez Feijóo— ha pedido con firmeza la convocatoria de elecciones generales. Para muchos, la magnitud del caso hace insostenible la continuidad del actual Ejecutivo. La idea de “dar la palabra a los españoles” resuena con fuerza en un país que observa, con una mezcla de indignación y hastío, a una crisis de legitimidad. El Gobierno, por su parte, apuesta por resistir, confiando en que el tiempo y el sistema judicial diluyan el escándalo. Pero el reloj político corre más rápido que el reloj judicial.
Otra de las cartas sobre la mesa es una moción de censura. El PP ha comenzado a explorar alianzas con fuerzas políticas que, en su momento, facilitaron la investidura de Sánchez. Sin embargo, la aritmética parlamentaria complica cualquier intento de cambio inmediato: ni PP ni Vox alcanzan por sí solos la mayoría necesaria, y depender de fracturas internas en el PSOE o de un cambio de postura en sus aliados como Sumar o los nacionalistas parece, por ahora, improbable.
Otra salida —menos traumática, pero igualmente incierta— sería una profunda reestructuración del Gobierno. Sánchez podría optar por sacrificar piezas, renovar su equipo, implementar medidas de transparencia y relanzar su narrativa. Pero la erosión de su imagen y la creciente desconfianza entre sus propios socios podrían reducir su margen de maniobra a lo meramente cosmético. La pregunta principal no es si puede sobrevivir políticamente, sino si le queda algún proyecto que ofrecer al país.
El bloque de investidura muestra signos claros de fatiga. Algunos de sus integrantes ya han advertido que su continuidad depende de una respuesta contundente frente a la corrupción.
Por: Orlando Jorge Villegas
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