SANTIAGO. Como en una de esas sagas nórdicas en las que la dura muerte ronda los acontecimientos, Hugo Chávez relata en un libro reciente escrito por un argentino, Miguel Bonasso, cómo se escapó de la mira de los asesinos.
Ocurrió en los días posteriores al drama irrevocablemente crítico del 12 de abril del 2002 en que el presidente de Venezuela fue apartado momentáneamente del poder y repuesto por la movilización popular y la desacostumbrada lealtad de los militares.
Entrevistados por Bonasso, Chávez, Fidel Castro y Néstor Kischner, siempre con revelaciones sorprendentes, ocupan, entre otras crónicas, las páginas de la obra El instante fugitivo, editado por la editorial de ciencias sociales de La Habana con fecha del 2005.
Una síntesis del relato de Chávez revela:
-En el amanecer del 12 de abril (de 2002 yo llego preso al comando del ejército y allí me encuentro con el obispo junto a los golpistas. Entonces los generales salen del salón para debatir con (el presidente de facto) Pedro Carmona qué iban a hacer conmigo.
El obispo se me acerca y me dice:
¿Cómo se siente Chávez? Bueno, monseñor, yo me siento muy bien espiritualmente.
Ah, si? ¿ por qué se siente bien con todo esto que ha pasado?: los muertos, el país dividido.
¿No cree que se hubiera podido hacer un esfuerzo mayor de consenso, de diálogo?
Yo le respondí: Monseñor no me venga usted a dar sermones. Yo estoy muy claro y usted debería estarlo. Yo estoy aquí sentado, no sé si me van a matar incluso y no sé si me pesaría, porque estoy consciente de estar aquí por haber sido fiel a un pueblo. Yo hubiera podido entregarme a esa oligarquía fiera; hubiera sido fácil para mí, cualquiera de esta noche de batalla que he pasado, llamar a palacio a tres o cinco personas y decirles, está bien, qué quieren y hubiese terminado este conflicto.
Solo que yo hubiese pasado a formar parte de esa columna larga de los enanos de largas trenzas, como los llama el poeta chileno Mafud Masis en su Oración a Simón Bolívar en la noche oscura de América. Y yo no seré nunca uno de tantos enanos de largas trenzas como hubo en esta patria. Así que por eso estoy bien espiritualmente.
La fidelidad absoluta a la esperanza del pueblo basta para aguantar lo que haya que aguantar y eso enriquece por dentro. Ahora déjeme decirle algo, yo hoy me siento mejor que ayer, a pesar de los errores que como cualquiera he cometido, porque me he probado, vencí halagos, vencí tentaciones del poder económico; yo pudiera ser rico ahorita, pudiese tener cuentas y casas, pudiese tener mujeres, pero yo me he mantenido fiel y ya sé que siempre me mantendré así..
-¿Hubo real peligro de muerte esa noche?
-Claro, me iban a matar, hermano. Los generales y almirantes que habían salido para deliberar con Carmona entran en tropel. Eran muchos, como sesenta. Algunos eran amigos de toda la vida, y eso es lo que duele, ¿no? De la misma manera que debo decirte que muchos se mantuvieron fieles: por un traidor cien leales.
Me colocan una hoja con una renuncia ya redactada y me dicen: tienes que firmar aquí. Yo les contesto: No, ustedes se equivocan, los miro a todos y les digo cuatro cosas: Yo no voy a firmar ese papel, ustedes parece que no me conocen a mí. Tantos años juntos en este camino y ustedes no me conocen. Yo no voy a firmar eso. Ustedes con eso podrían hacer lo que quieran.
Eran como las cuatro de la mañana del 12 de abril y entonces les dije: Ustedes como que no se dan cuenta de lo que están haciendo: cuando salga el sol dentro de poco, van a tener que explicarles a este país que es lo que están haciendo.
Ellos vuelven a insistir en que tengo que firmar la renuncia.
Les digo que ni siquiera me muestren esa hoja. Entonces uno de ellos dijo bueno eso no importa, agarró el papel y se lo llevó.
Luego me llevan a un sitio de reclusión dentro del Fuerte Tiuna, al regimiento de la policía militar, Y, a propósito del Fuerte Tiuna, les cuento algo que he dicho poco en verdad. Cuando yo decido entregarme(unas horas antes, en el Palacio de Miraflores), en contra de la opinión de José Vicente(Rangel), le digo: yo me voy a ir a Fuerte Tiuna para ver que pasa allá. Pero lo que hay en el fondo de esa expresión es que yo iba como un pez a su propia agua. Yo ahí me hice hombre, ahí me hice rebelde; conozco cada cuadra, cada esquina. Y las eché de menos cuando salí de prisión y entregué el uniforme. Debo decirles que de cuando en cuando el desierto pega, el desierto pega, ustedes cruzaron el desierto y lo saben: entonces fue el divorcio, los hijos pequeños lejos, enamorarme de nuevo y tampoco, porque yo andaba en batalla.
Mas adelante, Chávez relata que, en medio del desarrollo de los acontecimientos posteriores a su arresto los oficiales empiezan a moverse pero no pueden impedir que me saquen del Fuerte Tiuna en la noche y me lleven a la bahía de Suriano y allí me iban a matar, allí me iban a matar, incluso sabes de quien me acordé, yo ahora estoy en la Argentina, del Che porque yo sentí la muerte, yo dije hasta aquí llegué.
Como ves (el presidente Chávez se abre la camisa y saca un crucifijo de metal que lleva colgado), cargo el Cristo que me había dado Pérez Arcay cuando iba saliendo.
Lleva este Cristo, me dijo y yo lo cargaba cuando me bajé del helicóptero en la base naval de Turismo, donde estuvieron a punto de asesinarme, dice el relato.
Al bajar del helicóptero y empezar a caminar observé un conflicto entre los militares que me custodiaban. Dos de ellos estaban ahí para matarme, pero otros no, otros eran constitucionalistas. En el momento en que están por cumplir la orden yo estoy parado así, uno de los mercenarios estos me da la vuelta y se pone por detrás y yo pienso este me la va a dar por la espalda.
Yo volteo y le veo la cara: mira lo que vas a hacer, le digo, y en ese instante salta un muchacho oficial por mi costado y dice: si matan al presidente, aquí nos matamos todos, eso neutralizó a estos dos mercenarios y me salvó la vida.
La frase
No voy a firmar eso, ustedes no me conocen.