La República Inmortal de Duarte, así estampa el título de la exposición iconográfica y educativa que, desde el 24 de febrero, tiene como escenario los soportales del parque Independencia, en conmemoración del 179 aniversario de la fundación de la nación dominicana. En ese paisaje egregio fulgura, imperecederamente, el sable/espada que actualmente alicienta, con más vibrar que nunca, la figura de Duarte.
En este perique de amenaza fusionista imperial/neocolonial, huelga retumbar el lema sacrosanto de “Dios, patria y libertad”, como resalta en la exposición auspiciada por la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y la Fundación Patria Visual, presidida por el coronel historiador Sócrates Suazo Ruiz.
En 1838, Duarte creó la Trinitaria y diseñó la estrategia para una patria grande, que aún está pendiente. Y en 1843 tuvo que embarcarse por el muelle de Santo Domingo, hacia Saint Thomas, con destino a Venezuela, donde prosiguió su tarea revolucionaria.
Y el 27 de febrero de 1844 en la Puerta de la Misericordia nació una República libre, con un trabucazo disparado por Ramón Matías Mella. A partir de entonces, “los patriotas se iban concentrando en la Puerta del Conde”, y el 28 de febrero el jefe de las tropas haitianas, general Etienne Desgrotte, y Ramón Matías Mella firmaron el acta de capitulación, en el triunfo, a prima facie, de una idea y una visión, el carisma, liderazgo y la estrategia de Duarte.
Proclamada la República Dominicana como Estado libre, independiente y soberano, el presidente de Haití, Charles Hérard Ainé, lanzó una contraofensiva para reconquistar el territorio perdido. Y, en pocos días, se inició la guerra domínico-haitiana, en la cual miles de dominicanos ofrendaron sus vidas por la consolidación de la independencia nacional.
La primera fue la acción La Fuente del Rodeo, conocida como “El bautismo de sangre de la República”, escenificada el 11 de marzo de 1844, en Neiba. Más de 20 fueron las batallas en el sur y el norte, la última de las cuales fue la de Sabana Larga, en Dajabón y Jácura, en 1856, con la victoria definitiva de las armas dominicanas.
Para sostener ahora la integridad territorial, la dominicanidad y la autodeterminación nacional, coreando: “tan dominicano como soy” basta, emulando a Duarte y apartado de los adocenados, descompuestos y oscurecidos partidos políticos, con fomentar y participar en las más prolongadas proclamas en plazas públicas y las denuncias mediáticas nacionales e internacionales.
Han de estar acompañadas de marchas patrióticas pacíficas de escuelas, colegios, universidades, clubes, entidades cívicas y religiosas, organizaciones profesionales y grupos populares, para que el yugo de los áulicos emperadores transnacionales y zaristas de nuevo cuño no cercenen la garganta de la patria, en la hoguera de una fusión insular villana, maleante, infortunada, cruel e irritante en su ironía y simulacro.