Durante el año 2012 la narrativa dominicana asomó su rostro en el espacio cultural para depararnos obras de calidad indiscutible, a veces brillantes, enfrascadas las más de las veces en el rescate de una memoria histórica y cultural que los desórdenes de la globalización han mermado.
Del versátil Aquiles Julián, escritor entusiasta e impugnador infatigable de los desmanes urbanos de Santo Domingo y sus indolentes habitantes, fue publicado Cuentos premiados bajo la égida del ministerio de cultura.
Julián es un estilista consumado, de alto vuelo, sus frases son largas, están labradas para ceñir los grisáceos ambientes y los personajes que desfilan frente a su ojo crítico.
Giovanni Cruz, connotado teatrista, de manera sorpresiva nos ofreció un libro de cuentos halagador, donde conjuga la oralidad popular y el sesgo estilístico refinado, sus fantasmas personales y las tradiciones cuentísticas oídas y compendiadas en las provincias, en la olvidada ruralidad nativa.
Cuentos del otro debe ser leído por aquellos que aprecian el lance imaginativo, profundamente enraizado en el vivir criollo. Francis Drake de la escritora Emilia Pereyra nos recuerda con sapiencia histórica, no desprovista de pinceladas poéticas, la incursión vandálica del corsario Francis Drake en el aletargado Santo domingo del siglo XVI.
Otra sorpresa ineludible fue la publicación de El camino del hombre de Herman Mella Chavier, ganadora del premio de novela Casa de Teatro 2011. Fue publicada el año pasado ya que no difundida, y trasmite el mismo nivel de calidad que las obras señaladas.
La trama narrativa se sitúa en la época de la ocupación norteamericana del 1916, donde se narra el riesgoso vivir de un comunero insurrecto.
La Salamandra del ya connotado escritor Pedro Antonio Valdez vino a inaugurar el año narrativo 2013, y a demonstrar que la novela dominicana ha dejado de ser un pasatiempo dominguero para inscribirse en una continuidad cualitativa.
El novelista, es preciso señalarlo, operó con la publicación de su primera novela La bachata del ángel caído, una pequeña revolución al interior de la narrativa de la media isla, introduciendo la comicidad, la visión carnavalesca, quebrando así la honda gravedad que caracterizó la narrativa dominicana nacida a partir de las frustraciones de abril 65, y la que representa el extrañamiento psicológico surgido del caos urbano de nuestra modernización en los últimos tres decenios.
El sesgo satírico modela la nueva novela La Salamandra, que nos narra la vida, fragmentada e insípida, de un poeta renegado que sobrevive en el universo suburbano del Nueva York latino.
Nos confiesa al respecto: Pensé con vaguedad que, entre tanta sordidez, resulta ilusa la sobrevivencia de un poeta. Trabaja alquilando videos para un propietario avaro, conoce a Samantha, norteamericana aparentemente rica que finge un amor exaltado y que en el laberinto claroscuro de la ciudad americana, y en su trajín delictivo, se desenmascara: es latina, vive en hoscos cuchitriles, trasiega con drogas y urde atracos. La boricua, amiga de paso del narrador, es panameña.
Despersonalizados, incapaces de afincarse en la barca del sueño americano, los personajes naufragan en el sinsentido de la violencia, en la vacuidad de sus itinerarios sin norte, en el falsamente reconfortante arte de mentir.
El poeta narrador, sin mucha poesía, esconde su rutinaria existencia olisqueando los paños menores de la casera que le alquila la habitación.
La falta de creatividad en sus abandonados quehaceres poéticos se explaya en su vida cotidiana, reducida a nimiedades, a una desesperanza asumida.
Nueva york es el telón de fondo de la despersonalización y en cierta manera del fracaso.
Valdez plantea con humor crítico la cuestión de la inautenticidad de las relaciones humanas (latinas) en un universo dominado por la apariencia y la ostentación; en esa entonación reside su lucidez creativa.