La victoria de la selección de Francia en el Mundial de Fútbol de este año tiene un valor más allá del deporte en estos tiempos. Unos 18 jugadores de los 23 que componen la selección francesa, aunque decididamente bien franceses y la mayoría de París, son hijos de inmigrantes de distintas partes del mundo.
Más aún, 50 jugadores franceses participaron en la Copa del Mundo, la mayoría jugando para las selecciones del país de origen de sus padres o abuelos. Un recordatorio de que por más que el sentimiento anti-inmigrante mantenga su actual prevalencia, la realidad es que la inmigración es netamente positiva para las naciones.
En mis relativos cortos años de vida no recuerdo un momento donde el mundo se sintiera tan hostil para los inmigrantes como ahora. Brexit, la victoria de Donald Trump, la victoria de Sebastian Kurz, el resultado de las elecciones en Alemania, Italia, Polonia, Francia, etc. todos han sido impulsados o han estado bajo la sombra del sentimiento en contra de los inmigrantes en los países de occidente.
Aunque existen muchos paralelismos con la selección francesa que ganó el mundial de 1998, que al igual que esta estuvo llena de hijos de inmigrantes, empezando por la superestrella Zinedine Zidane, esta selección de Francia es particularmente especial por el momento en el que logró alzarse con la Copa.
Nunca ha debido importar el árbol genealógico de los jugadores que representan un país, el deporte se mide por lo que se hace en la cancha, pero en el mundo actual en donde justo el tema de los inmigrantes viene impulsando divisiones insalvables a lo largo de todo el mundo desarrollado, la victoria de Les Blues tiene su particular significado.
Quizás ha sido una gracia del destino que de todos los lugares donde se han celebrado las Copas del Mundo, esta victoria ocurriera en Rusia, el principal promotor del etnocentrismo y exportador del sentimiento anti-inmigrantes del mundo.
Estoy convencido que el progreso de la humanidad se alcanza con la libertad de movimiento de bienes, servicios, capital, inversiones y, especialmente, de las personas, permitiéndonos desarrollar nuestras mejores habilidades en la forma más efectiva y no solo en beneficio particular de nosotros como individuos, sino de toda la sociedad que puede cosechar de esos éxitos.
Personalmente me hubiera gustado ver a Messi ganar una Copa del Mundo, a falta de mi eterna dilecta, la selección italiana. Pero viendo al presidente Emmanuel Macron felicitando a los jugadores que representaron a su país lleno de sonrisas bajo la lluvia, no pude evitar alegrarme de ver ese símbolo de uno de los principales valores de la humanidad que hoy en días luce como un distante recuerdo, es la tercera palabra del motto tripartito de la República Francesa… fraternidad.