Senectud, divino tesoro”. No luce ser la consigna de estos tiempos, en donde se le rinde «culto» a la belleza. Indiscutiblemente, vivimos en un mundo hedonista y narcisista, en donde las personas «buscan» afanosamente el «elixir de la eterna juventud». Los medios de comunicación y las redes sociales «encierran» al público en una jaula de prejuicios, y la gente busca la «hermosura perfecta» al precio que sea.
La mujer es cruelmente perseguida en los mass media inmediatamente ésta arriba al otoño de su existencia. Esa «industria» es implacable con las féminas, convirtiendo en modorra lo que fueron «éxitos» y «reconocimientos». Ni la lucha del todopoderoso movimiento Me Too ha podido revertir esa perversa y despiadada cacería en contra de las damas que entran a los años «ta».
La película La Sustancia trata este tema. Nominada en cinco renglones en la entrega 97 ª de los oscares del domingo 2 de marzo, en el Dolby Theatre de Los Ángeles, la cinta protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley, pudo ser un mejor producto artístico si su directora, la francesa Coralie Fargeat, que es también su guionista, hubiera manejado el discurso cinematográfico con mejor sustento filosófico y sociológico.
El celuloide cuenta la historia de Elisabeth Sparkle —Demi Moore—, talento de los aeróbicos, que entrando a su cumpleaños cincuenta, es separada de su trabajo de estrella en la televisión, lo que la lleva a aceptar una pócima que crea un alter ego de ella misma, pero joven.
Los primeros 50 minutos del filme hacen que uno no quite los ojos de la pantalla. Música y movimientos de cámara se yuxtaponen y se entrecruzan, logrando un pavoroso suspense. Alfred Hitchcock debió de haberse regodeado en su tumba durante ese tiempo del film. Luego se cae.