La tormenta Melissa dejó al descubierto, una vez más, la profunda vulnerabilidad de la República Dominicana ante los fenómenos naturales. Las intensas lluvias que anegaron calles y viviendas también inundaron la conciencia nacional, recordándonos que el verdadero problema no es la naturaleza, sino la irresponsabilidad humana.
Basura acumulada, drenajes obstruidos y construcciones improvisadas. Las imágenes de avenidas convertidas en ríos y barrios sumergidos no son simples postales de un aguacero, sino la consecuencia de una cultura ciudadana que todavía no asume su responsabilidad ambiental.
Cada funda plástica arrojada a una cañada, cada botella tirada al suelo, termina formando parte de un sistema de desechos que impide al agua seguir su curso natural. Las lluvias terminan castigando con mayor fuerza a quienes viven en la frontera entre la pobreza y la indiferencia.
Pero sería simplista culpar solo al ciudadano. Melissa también evidenció el costo de décadas de improvisación urbana y permisividad institucional.
Se asfaltan calles sin drenajes, se construyen urbanizaciones sobre humedales y se ignoran estudios de impacto ambiental. Los ayuntamientos y el Ministerio de Obras Públicas y Comuniclaciones no pueden continuar repitiendo operativos de limpieza cada vez que el cielo se oscurece.
Se requiere de una política nacional de gestión de aguas pluviales que responda a la realidad climática y urbana del país.
La tormenta Melissa fue un llamado de atención. No basta con pedir ayuda cuando el agua sube, urge un pacto social que priorice la limpieza, el drenaje y el ordenamiento territorial como pilares de salud pública y desarrollo sostenible. Los desastres naturales son inevitables, los desastres urbanos, no.

