Enriquillo y su carretera, o la placidez hecha poesía
En mi infancia, el itinerario por la carretera Barahona-Enriquillo remesó como un safari-excursionista, escurrido con saltos/piruetas automovilísticas que se volvían una danza/retozo, en un pavimento con miradas hacia una montaña legendaria y un mar profundo que aún seducen con sus brisas apacibles y un paisaje romántico.
Y, más de medio siglo después, ese riesgoso jamaqueo curvo regresa orondo a mi cacumen con el anuncio del presidente Luis Abinader de que esa vía terrestre será reconstruida, con una inversión nada menos que de mil 500 millones de pesos.
Adicionalmente, se trabajará en el remozamiento de las playas Los Patos y El Quemaíto, con una inversión superior a los 83 millones de pesos, así como otros proyectos valorados en 6 mil 421 millones de pesos para motorizar el turismo y la agrícola/agropecuaria en la subregión Enriquillo: Barahona, Pedernales, Independencia y Bahoruco.
Antes y después de la terminación de la carretera, quiero volver a presenciar la empinada entrada a Enriquillo -donde llegué de Barahona-, con su colindante litoral desde el cual se aprecia, a lo lejos, el desplazamiento de embarcaciones transatlánticas.
En los primeros años de 1960, la gran mayoría de casas que guarecían a los habitantes de Enriquillo –techadas de tablas, con el piso encementado, cubiertas en la azotea por palmas trenzadas.
Algunas tenían la peculiaridad de que se encajonaban a unos 20 metros lineales de la orilla del mar Caribe, en una cortísima colina desde la cual se divisan la montañosa carretera que ofrece la bienvenida a la chica población, el cerro encantador y la infinidad acuática, que configuran un panorama espectacular.
En esa geografía (80 metros sobre el nivel del mar y 426 en el cerro, con una temperatura entre 18 y 24 grados Celsius), el rocío del amanecer mimaba la ingenuidad infantil, en la placidez de patios florecidos de árboles con aves sin cantar en sus capullos y en calles enmudecidas en siluetas que adormecían a los aldeanos. Y las matronas con batolas madrugaban a colar café, pelar víveres, preparar remedios caseros y barrer con escobas el suelo del frente de los ranchos.
Yo, que había oído decir que se escribía con los mechones de las palomas y otras aves, cuando sea inaugurada la carretera Barahona-Enriquillo, quisiera estar en el acto para plasmar con una pluma las peripecias vehiculares.
Y también para recordar a quien más expuso sobre los accidentes de tránsito por la carretera mala y la tala de árboles: un guerrillero del 14 de junio e ignorado mártir del periodismo: Lores Sánchez Terrero, asesinado a tubazos el sábado 5 de marzo de 1983 en Barahona, por sus denuncias de corrupción en el Ayuntamiento de Enriquillo.