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Libre pensar

Libre pensar

Reporteros en la guerra
Presenciar a largas distancias intercontinentales, en tiempo real y desde cómodas y refrescantes poltronas, las densas bolas de humo, los fuegos cruzados, la destrucción de edificios por morteros/misiles y las tediosas filas de cadáveres, ilustra como novedades en los entresurcos de curiosidades, y como referencia histórica.

Y, apremia saber que esas noticias son reportadas por corresponsales/safaris en la plena del sacrificio y un elevado coste económico, y exponiéndose a la desolación de coplar en la quietud como esqueletos.

En las coberturas de conflictos armados, mientras los militares detonan granadas, balas y obus, los periodistas disparan -en vivo- palabras e imágenes, en misiones superespeciales en el vagón de riesgos y peligros elevados a la centésima potencia. Esa labor pringa como excepcional.

Consciente de que, si la verdad peregrina como la primera víctima de la contienda bélica, los periodistas están consignados como el segundo lesionado, organizaciones internacionales han redactado guías de orientación y supervivencia. Además, han logrado que en la Convención de Ginebra se les proteja con el derecho internacional humanitario y que se estableciera que atendar contra los corresponsales se convierta en un crimen de guerra.

Desde la década de 1960, más de 400 periodistas han ofrendado sus vidas en los conflictos bélicos y manifestaciones callejeras. En la guerra de Los Balcanes mataron a 94 periodistas, en Vietnam a 60, en Iraq a 15, en Afganistán a 8 y en el Golfo Pérsico a 4, entre otros escenarios.

Otros han dado coberturas, por años, a campos de batallas en distintos países, como titanes invictos, sin el más mínimo rasguño. Tal es el ejemplo de Peter Arnett (nacido en Nueva Zelanda y nacionalizado estadounidense), quien durante 35 años cubrió varias guerras. Narró sus experiencias en una conferencia dictada en la década de 1990 en el hotel Jaragua de la capital dominicana, y donde platicó brevemente con este servidor.

Por sus impactantes reportajes y entrevistas, en 1966 recibió el Premio Pulitzer y en 1991 el Premio Ischia Internacional de Periodismo. Procreó dos hijos y en 1994 publicó sus memorias: “Directo desde el campo de batalla: de Vietnam a Bagdad”.

El corresponsal de guerra (no el periodista común) se anota como la labor más difícil, compleja y delicada del periodismo, y por sus indicadores ha sido clasificada como una de las carreras u oficios más peligrosa, junto con los pilotos de avionetas, los ordenadores de serpientes venenosas, los mineros, pescadores, bomberos, prostitutas y homosexuales.

Conseguir la información que conmueve y denunciar barbaridades acredita y glorifica en el homenaje, más cuando se exhibe valor y proeza en las hostilidades a fuego de plomo. Aún adornado de esas cualidades singulares, siempre se recomienda prudencia, empinado en el dicho de que la vida es más apreciada que la noticia o el reportaje.