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Libre pensar

Libre pensar

Oscar López Reyes

El funcionario burlesco
La vanidad, y los cerebros enclenques de conciencia, desfavorecen el crecimiento personal y enajenan en el peinado de barbas burlescas. Arrastra, con sus músculos raquíticos, hacia la falda del precipicio y el naufragio.

Guido Catalino Vásquez (Piolín) era un viejo amigo de José Ignacio Rivera Fernández (Papurrucho), a quien después de que fuera juramentado en su cargo público, Piolín lo llamó para darle un abrazo más caluroso que el de una caminata de campaña política. ¿Qué más…?
¿Y qué le pasó a su buen amigo? Su travesía fue la que sigue:
1.- Piolín llamó por teléfono a Papurrucho. La secre le respondió: no ha llegado. Piolín: gracias!
2.- Volvió a llamarle el día siguiente: está en una reunión. Muchas gracias!
3.- A la semana: está hablando por teléfono. Gracias otra vez!
4.- A los siete días: lee el periódico, rascándose los fondillos. Piolín: Virgen Santísima.
5.- A las dos semanas: te devuelve en un minuto. ¡Quiera Dios-Piolín-!
6.- A los tres días: tiene una visita. ¡Ofrézcome!
7.- A los cuatro días: Bebe café. ¡Cójelo!
8.- A la otra semana: está en el baño. ¡Caramba!
9.- Al día siguiente: mira televisión. ¡Diantre!
10.- Otra llamada, a los dos días: escribe una carta de amor. ¡El Diablo!
11.- En tres días: duerme siesta. ¡Ave María Purísima!
12.- En 15 días, la secre contesta: se despertó y limpia los zapatos. ¡Ay ombe!

13.- En la tarde: tiene otra visita. ¡Qué barbaridad¡
14.- En la nochecita: dice que te devuelve en breve. ¡Quiera Dios-Piolín-¡
15.- En la noche: se marchó y regresa en 15 días. ¡Ummmmmmm! ¡Carajo, hijo de la gran p.!
En los días subsiguientes, el presidente de la República canceló a Papurrucho, quien con la boca pequeñita y como un pollo acatarrado, volvió a visitar a su viejo sector. Abrazó a Piolín y con mucha fuerza le mencionó su nombre. Lo saludó con la frase de siempre: ¡cómo estás, amigo fiel, amigo querido! Piolín lo miró de frente, con ojos de espanto, y no le respondió, recordando en silencio que “Dos piedras no se juntan, pero dos hombres sí”.

Su carro y residencia de lujo, su estancia campestre, su yate y su billetera más grande que el Faro a Colón no le valieron colectivamente: nadie le hizo caso, y lo votaron del partido. Y fue tan grueso el despecho que tuvo que irse con el rabo entre las piernas. Es que “quien en malos pasos anda, malos polvos levanta”.

En poco tiempo, a Papurrucho le creció gigantescamente la original barriguita y le decretaron hipertensión, diabetes, deformación esquelética, ansiedad, insomnio, raquiña y se le acortó el cuello. Terminó los últimos días de su vida escuchando cuando le enrostraban: “A hijo malo, pan y palo”.