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Libre pensar

Libre pensar

Oscar López Reyes

Calificativos mediaticos
(I)

Días y noches, retumban locuciones que se han hecho familiares: honorable senador o diputado; su majestad, el rey emérito; el ilustrísimo nuncio apostólico de su santidad, el papa; el excelentísimo señor embajador y su señoría, adosado a un juez. En las escuelas de comunicación social se recomienda desechar los adjetivos calificativos en una noticia.

Los tratamientos de cortesía se emplean en el protocolo y ceremonial presidencial y el cuerpo diplomático, pero no en la noticia, en virtud de que la llena de exageraciones no reales, vanidades y simulaciones.
Senadores y diputados (honorables) alfombran en el descrédito, por constantes denuncias sobre sus inconductas, y algunos hasta han sido deportados por operaciones ilícitas.

El rey emérito de España (1975-2014), Juan Carlos I (su majestad), en el 2012 fue acusado de caza ilegal de elefantes y manejos financieros irregulares, que lo condujo al exilio en República Dominicana, y por cuyos actos tuvo que renunciar al trono de esa nación.

El nuncio apostólico del Vaticano en República Dominicana, Joseph Wesolowski (excelentísimo) fue destituido por el papa Francisco, en el 2013, por violación de menores y, en el 2015 falleció en Roma, en la antesala de un juicio penal, por la comisión de los referidos delitos.

Jueces (señorías) han sido cancelados y sometidos a la justicia por dictar sentencias favorables a imputados de corrupción, narcotráfico, homicidios y otras infracciones.

Por esos antecedentes, “el género noticioso no admite juicios interpretativos o valorativos. El periodista presenta los hechos tal como ocurrieron, auxiliado de las técnicas de redacción de noticias, pero sin opinar” (2), y con su narración induce a la audiencia a forjarse su propio criterio.

Los adjetivos calificativos denotan derroche de palabras en la emisión de juicios valorativos. En el registro noticiable de la temporalidad informativa bogan ordinariamente clichés lingüísticos, como “un voraz incendio”, “un asesinato espeluznante”, “la Policía persigue a los malandros”, “acontecimientos sangrientos” y “un aparatoso accidente de tránsito”.

En la República Dominicana, los adjetivos calificativos son abundantes, en la brazada laudatoria: “mi dilecto y magnánimo amigo”, “el pundonoroso alto oficial”, “el pulcro y eficiente funcionario”, “la obra del escrupuloso y excelso presidente Danilo Medina”, y “el papa Pío XII ha sido el más respetuoso y virtuoso de la humanidad”.

Como contraste, también aletea la jeringoza: “¡coño!, esa maldita vaina”, “el jodío farsante”, “aquel baboso e ignorante”, “ese testarudo y mentiroso”, “el estúpido, mañoso y vago”, “esa porquería”, “ese disparate” y “ese carajo o pendejo”.

Los excesos de calificativos -en el lenguaje basura- en los diarios sensacionalistas o amarillistas de Estados Unidos, empezaron a ser desmontados en 1920, con la “acentuación del profesionalismo”, para aumentar “la confianza del público”. Tendremos que volver a otro “Nuevo trato” por la decencia mediática.