En esta era de complejidad creciente, los paradigmas han experimentado transformaciones profundas, sin que la vertiginosa velocidad de los cambios permitan asimilar plenamente su disolución.
Ha sido verdad inmutable que un Presidente de la República que anuncia su decisión de no buscar la reelección pierde poder, respeto y apoyo, pero quien tiene hoy el liderazgo político más influyente en el país es el propio mandatario.
Los valores y prácticas son los que otorgan respaldo a un líder, así como su capacidad de concertar para la solución de problemas o promoción del progreso, que generan más adhesión y apoyo que la insistencia en paradigmas.
El consenso que transa, acuerdos que impulsan progreso y soluciones prácticas que mitigan problemas atraen más seguidores que los postulados de relevancia histórica, ejemplo claro de esta tendencia es que más de cien millones de personas en el mundo prefieren utilizar herramientas como ChatGPT.
En el país, pese a la existencia de consenso en la mayoría de temas cruciales, hay incapacidad para aprobar legislaciones como los códigos penal o laboral, y no se logra modernizar el sistema de semáforos o integrar tecnología, en autopistas, para la seguridad vial.
No hay voluntad para decidir y ejecutar, porque quienes deciden siguen anclados a viejos paradigmas que ya no responden a la realidad y no logran la adhesión necesaria.
El éxito en esta nueva era pertenecerá a aquellos que se atrevan a innovar, asuman riesgos calculados y sean capaces de transar y avanzar, incluso si no alcanzan una solución de inmediato.
Este es, sin duda, un gran reto para todo aquel que ocupe una posición de liderazgo en cualquier ámbito de la vida actual.