Durante la campaña a la alcaldía de Nueva York, es sabido que Zohran Mamdani y Donald Trump se dijeron de todo vía las plataformas digitales y los medios. Hubo insultos, descalificaciones, amenazas de recortar fondos federales y acusaciones ideológicas de lado y lado. Era el guion perfecto para pensar que, pasada la elección, entre ellos solo cabía el bloqueo total.
Sin embargo, la semana pasada, fuimos sorprendidos con otra escena. El mismo Trump que lo tildó de radical, se sentó con el mismo Mamdani que lo acusa de autoritario, y ambos se mostraron dispuestos a trabajar juntos por la ciudad que comparten: Nueva York. La ciudad donde ambos han vivido prácticamente toda su vida, fue el terreno común que los obligó a mirarse a la cara.
El lenguaje no verbal del encuentro lo decía todo: gestos relajados, sonrisas, incluso chistes. Y el tono ante la prensa, entre formalidades y jocosidades, sorprendió a muchos. No desaparecieron las diferencias, pero se impuso la idea de que la política es, antes que nada, la capacidad de gestionar esas diferencias.
Paradójicamente, los dos líderes usan tácticas comunicacionales parecidas. Ambos apelan al populismo, a la emoción antes que al dato, a la frase que se viraliza más que al planteamiento técnico. Se alimentan del conflicto, pero ambos entienden que al final del día, deben sentarse a negociar.
Ese gesto manda un mensaje potente: la política no debe llevarse al terreno personal. Se puede debatir con estridencia, se puede disentir con firmeza, se puede hacer campaña al filo de la navaja retórica, sin que eso anule algo esencialmente humano: la capacidad de compartir, integrarse y encontrar un terreno común.
En República Dominicana hemos dejado atrás, en buena medida, aquella mentalidad de “si eres de tal partido, no me junto contigo”. Lo vemos en fotos, actos y acuerdos entre figuras que antes parecían irreconciliables.
Y, sin embargo, todavía arrastramos reflejos de trincheras que resurgen cuando se sienten amenazados los espacios de poder.Con demasiada frecuencia, los egos vuelven a tomar el control y el liderazgo político termina exhibiendo inmadurez en momentos críticos para la nación, e incluso para los intereses de la propia clase política.
El ejemplo Mamdani–Trump nos recuerda que el verdadero poder está en saber separar el personaje de campaña del servidor público, el adversario del enemigo. Porque en democracia los adversarios de hoy pueden ser los aliados de mañana, si existe un mínimo de respeto y un propósito compartido.
Al final, en política, como en la vida, no todo lo que se ve es lo que es.
Por: Orlando Jorge Villegas

